Llega al Teatro Español ‘La lucha por la vida’, de Pío Baroja y dirigida por Ramón Barea

Gacetín Madrid

La Sala Principal del Teatro Español, espacio del Área de Cultura, Turismo y Deporte, acogerá, a partir del próximo 21 de marzo La lucha por la vida, adaptación de la obra de Pío Baroja por parte del dramaturgo José Ramón Fernández, Premio Nacional de Literatura Dramática de 2011. Se trata de una producción del Teatro Arriaga de Bilbao en coproducción del propio Español.

La lucha por la vida es una trilogía de Pío Baroja (Donostia/San Sebastián, 28 de diciembre de 1872-Madrid, 30 de octubre de 1956), uno de los grandes autores de la Generación del 98. Comenzó en 1903 como novela por entregas en el diario El globo, donde se publicaron hasta 59 capítulos, y entre 1904 y 1905 Baroja reescribió lo publicado y editó el conjunto en tres novelas: La buscaMala hierba y Aurora roja.

José Ramón Fernández ha realizado esta obra partiendo de dos premisas: la primera, que pese a la reducción inevitable, se sienta que está todo; y la segunda, que sea la obra, no su visión. Por lo tanto, el fin de esta versión es llevar esta trilogía al escenario. Es por tanto, una adaptación fiel al autor y leal con la obra.

Nadie mejor que Ramón Barea, Premio Nacional de Teatro, para asumir el reto de dirigir el montaje teatral de La lucha por la vida. Al igual que hiciera en otra producción del Teatro Arriaga como El viaje a ninguna parte, Barea combina las labores de dirección con las de actor, puesto que forma parte del estupendo reparto integrado por el propio Ramón Barea, Aitor Fernandino, Olatz Ganboa, Ione Irazabal, Itziar Lazkano, Sandra Ortueta, Alfonso Torregrosa, Leire Ormazabal, Diego Pérez y Arnatz Puertas.

Entre los diez, cinco actrices y cinco actores, dan vida a casi cerca de un centenar de personajes. Esa capacidad de transformarse rápidamente, de transitar de un personaje a otro y de cambiar de escena, le otorgan a la obra un dinamismo muy interesante. El ritmo es trepidante. De hecho, la acción teatral en este montaje por momentos se produce a un ritmo casi cinematográfico, puesto que hay muchísimas escenas en la obra, cerca de 60, y muchas de ellas duran muy poco tiempo.

Así, Barea ha apostado por una puesta en escena que va a lo esencial, a lo teatral y al espíritu de la historia barojiana. En concordancia, el escenario diseñado por Jose Ibarrola apuesta por el “menos es más” y por una escenografía práctica al servicio de los intérpretes; y el vestuario nos muestra a un elenco “en camiseta”, ataviado con un vestuario diseñado por Betitxe Saitua que es bastante híbrido pero puede evocar en cierto modo a los atuendos de principios del siglo XX.

Además, el espectáculo contiene audiovisuales de Ibon Aguirre y destaca la música compuesta por Adrián García de los Ojos, que tiene un aire al romanticismo y al siglo XIX, con un leit motiv central que se repite a lo largo de la obra en distintos compases y estilos, y más música original de estilos como pasodobles, chotis, vals, habaneras o charangas. Por último, el trabajo realizado por David Alcorta con la iluminación contribuye a fijar los rasgos del paisaje de la obra, que se integra en la acción narrativa.

Y es que en la literatura de Baroja, el paisaje siempre ha adquirido un peso importante. Pero los paisajes y descripciones de Baroja son imposibles de reproducir en imagen realista, y ahí entra con fuerza la palabra, que es sin duda una de las claves de esta producción. La palabra escrita, y en teatro hablada e impulsada físicamente, resonada, corporeizada por los intérpretes, tiene un poder convocador y evocador que la hacen infinitamente más fuerte que un “decorado”.

Este montaje teatral pone el foco en el poder de la palabra como estimulante de la imaginación. El grupo de actores y actrices es también coro, paisaje, pálpito narrativo y escénico. Y su palabra activa la imaginación en esta obra que relata una historia que se desarrolla en un contexto duro y difícil pero con un tono que curiosamente es de comedia y que llevará al público a pasar muy buenos ratos. 

Pinceladas sobre la obra

El hilo conductor es un personaje, Manuel Alcazar, un muchacho de un pueblo de Soria que va a Madrid, donde su madre sirve. Y allí, en aquel Madrid convulso, deslumbrante y antagónico de finales del siglo XIX empieza toda una aventura de vida. En un entorno marcado por la pobreza, principalmente en la periferia, con evidentes diferencias entre clases sociales, este joven, Manuel, trata de buscar referencias morales para vivir, pero en un medio hosco y adverso se debate desde el principio entre influencias contrarias, con personajes que lo incitan a construirse una vida honrada, laboriosa y digna, y otros que, por el contrario, constituyen una fuerza negativa y procuran su hundimiento moral.

En definitiva, puede considerarse La lucha por la vida como un relato de formación en el que lo esencial es el proceso evolutivo de Manuel desde los 12 o 13 años, esto es, la narración de sus actos, con los errores y las experiencias que van jalonando su progresiva instalación en la sociedad. En su camino se mezclará con delincuentes, prostitutas, una nobleza corrompida, y en definitiva una sociedad con una escala de valores muy baja. Aunque la existencia de holgazanes, pícaros, estafadores, personas laboriosas, seres desvalidos y gentes de espíritu generoso no es algo exclusivo de una época.

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