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La Semana Santa de este año cae a principios del mes de abril, dentro de apenas cuatro semanas. Y a pesar de que poco a poco las comunidades van recuperando la ‘nueva normalidad’, los expertos en Sanidad inciden en la necesidad de mantener las medidas de prevención de contagios contra el coronavirus.
Estas medidas restrictivas se llevarían por segundo año consecutivo la Semana Santa y todo lo que implica, no solo en lo religioso, si no en lo económico, en especial afectando al turismo y a la hostelería. Y ante ello los empresarios y epidemiólogos está divididos sobre la relajación de medidas y de cierres perimetrales.
Sin embargo, científicos de la Universidad Politécnica de Madrid (UPM) apuestan por aplazar la fecha un total de tres semanas: Jueves Santo y Viernes Santo pasarían de los días 1 y 2 de abril al 22 y 23 del mismo mes y el Lunes de Pascua al 26 de abril.
Según exponen en el estudio, se propone este aplazamiento con el objetivo de, además de no «perder» la Semana Santa, para dar tiempo para que la afectividad de las vacunas alcance al mayor número de personas más vulnerables, y con ello optimizar al máximo los beneficios conseguidos con esa vacunación.
«Las dificultades en el ajuste de dicha medida vendrían, lógicamente, determinadas por la premura de realizarlas ahora, pero se trataría de situarlas en fechas perfectamente compatibles con el posible desarrollo otros años de la Semana Santa, al tratarse de unas festividades fijadas por la tradición en un evento astronómico variable (primer plenilunio de primavera)», se expone.
Una de las grandes ventajas del aplazamiento consistiría, según se refleja en el estudio, «en la mayor ratio de vacunación de personas vulnerables cuando se produjera el periodo vacacional, y con ello la reducción muy importante del riesgo que se ha visto, que llevan asociados estos periodos festivos, como se observó en diciembre».
«Una estimación rápida teniendo en cuenta el flujo aproximado de llegada de vacunas actual, de medio millón semanal, permitiría estimar que se conseguiría que aproximadamente 1,5 millones de personas más recibieran una dosis de vacuna», subrayan.
Este incremento «puede deberse a la recepción de la primera dosis por muchos vulnerables, con la que se consigue, según lo que se va conociendo, una elevada protección, o una segunda dosis, con lo que se consigue completar la inmunidad que proporciona la vacuna».
Según el modelo creado por estos investigadores de la UPM, para el grupo de mayores de 80 años, vacunando al 6 % de la población se podría conseguir una reducción de mortalidad cercana al 70%. En una futura etapa, vacunando también a los mayores de 70 años la mortalidad se podría reducir hasta en un 90%, y, considerando la carga hospitalaria de este grupo de edad (22,1%), podría reducirse la posible ocupación hospitalaria en más de la mitad.
Un grupo tan numeroso como menores de 50 años, que suponen más del 60 % de la población, suponen sólo el 1 % de la mortalidad. Para este grupo la vacunación disminuiría sin duda la gravedad y debe considerarse que también ocupan carga hospitalaria, aunque en menor proporción con respecto a su población, y reducirían en parte la transmisión de los contagios, si las vacunas confirman el alcance de su efectividad en ese aspecto, pero su rendimiento en la reducción directa de la mortalidad sería mucho menor.
Con todo ello el estudio estima que, con un aplazamiento de la Semana Santa un total de tres semanas, se podría conseguir una reducción de hasta 200 muertes diarias. «Por ello es muy importante aplazar, si es posible, las situaciones de riesgo para dar tiempo a que los efectos de dicha vacunación sean manifiestamente apreciables en la población».
Otra ventaja fundamental del aplazamiento es, «sin ninguna duda, el aspecto climático. En una enfermedad claramente condicionada por los contagios en interiores y por ello con la temperatura exterior, es constatable que un ambiente que permita una mayor actividad en exterior tendrá un efecto favorable».
Inciden en que «tres semanas de aplazamiento en un mes tan singular como el de abril, de transición entre los frecuentes coletazos invernales de principios de mes y el clima primaveral, mucho más habitual a final de mes, permitiría el desarrollo del periodo vacacional en época mucho más propicia para el desarrollo de actividades en exteriores, entre ellas las actividades de hostelería a la que esta alternativa facilita realizarlas en exteriores si las temperaturas son más altas».