El Museo Nacional del Prado, en la ciudad de Madrid, ha instalado la exposición “El taller de Rubens” junto a la Galería Central. Los pintores europeos de la Edad Moderna trabajaban en talleres (en castellano se denominaban “obradores”) y se valían de múltiples colaboradores. Esta exposición, comisariada por Alejandro Vergara, jefe de Conservación del Área de Pintura flamenca y escuelas del norte, se centra en uno de los más prolíficos y exitosos, el de Pedro Pablo Rubens (1577-1640).
En la exposición se incluyen cuadros realizados por el maestro, otros pintados por sus ayudantes y algunos otros resultantes de la colaboración en diversos grados entre estos y aquel. La posibilidad de ver juntos estos cuadros ayuda al visitante a discernir sus diferentes niveles de calidad. Aunque todos los cuadros que salían del taller de Rubens eran productos de su marca, sus contemporáneos, y él mismo, valoraban más los originales pintados enteramente por el maestro que los de taller.
Para sumergir al espectador en el taller donde Rubens pintó sus cuadros, un cortinaje abre el acceso a la sala 16 B en la que, junto a las pinturas que forman la exposición, se han reunido utensilios, materiales, muebles y otros objetos característicos del oficio de pintor —pinceles, paletas, telas, tablas, caballetes, tientos…— así como algunos elementos que evocan a la persona de Rubens, una capa y un sombrero, realizado por la sombrerera Ana Lamata, inspirados en retratos suyos.
Para reforzar el discurso expositivo y profundizar en la forma de trabajar de Rubens y el uso que hizo de la labor de sus colaboradores de taller, en la sala de la exposición se incluye también un video que muestra la recreación del proceso de creación la obra Mercurio y Argos con materiales y técnicas históricas por el pintor Jacobo Alcalde Gibert. En el video se explica cómo pintaba Rubens y cómo se valía de sus ayudantes de taller.
Además, con motivo de esta exposición se ha publicado el libro “El taller de Rubens”, que incluye textos que explican cómo los cuadros de la época se pintaban en fases, por superposición de distintas capas, de modo que cada una de ellas determinaba el efecto que producía la siguiente. Este sistema permitía dividir el trabajo, pues un artista podía pintar algunas capas y después ser reemplazado por otro.