- Integrantes del grupo de las Arcellinida, estos organismos microscópicos, frecuentes en suelos, sedimentos y zonas pantanosas, fabrican una concha en forma de vasija para protegerse de sus enemigos o de la desecación como lo hacían sus antepasados hace 750 millones de años.
- Un grupo internacional de científicos, del que forma parte un investigador del Real Jardín Botánico (RJB-CSIC), acaba de reconstruir su árbol genealógico, según figura en un estudio internacional que acaba de publicarse en la revista Current Biology.
El mundo en el que vivían los dinosaurios se asemeja bastante, a grandes rasgos, a lo que conocemos hoy en día, los gigantes prehistóricos pastaban las verdes praderas que rodeaban bosques de coníferas y helechos arborescentes.
Es cierto que las primeras flores aparecieron de forma tardía, y que las plantas que constituían las praderas no eran gramíneas, pues estas aún no existían. Pero no nos perderíamos en este mundo. Una multitud de fósiles nos han informado sobre estas épocas, y se conoce el clima, el paisaje y buena parte de los seres vivos que cruzaban la mirada de un tiranosaurio.
Sin embargo, en tiempos de los dinosaurios, los animales habían aparecido desde medio billón de años en los antiguos océanos, y la vida ya existía desde casi cuatro. El mundo ya era viejo, dominado por inmensos organismos llamados plantas y animales. Pero no siempre fue así…
Antes de la aparición de los primeros animales, la vida era mayoritariamente unicelular. Los organismos más grandes eran eucariotas, es decir poseían un núcleo y mitocondrias, como nuestras células. Contrariamente a los posteriores dinosaurios, la mayoría de los organismos que vivían en estas épocas no dejaron fósiles, pues tenían un cuerpo blando que se descomponía rápidamente tras la muerte.
Sin embargo, algunos de estos organismos construían una especie de concha en la que se refugiaban para protegerse de sus enemigos o de la desecación, como caracoles microscópicos. Estas conchas sí que se preservaron en el tiempo, dejando unos diminutos y enigmáticos fósiles en forma de vasija.
En la actualidad existen unos organismos microscópicos que fabrican una concha en forma de vasija. Son las amebas tecadas del grupo de las Arcellinida. Un estudio internacional recién publicado en la prestigiosa revista Current Biology acaba de demostrar que son los descendientes directos de los enigmáticos organismos cuyas conchas diminutas datan de la época anterior a los primeros animales.
Los autores, entre los que figura el investigador en el Real Jardín Botánico (RJB-CSIC) de Madrid Enrique Lara, han reconstruido el árbol genealógico de las Arcellinida uniendo datos procedentes de centenas de genes de estos organismos.
Forma y composición coincidentes
Basándose en las formas de las conchas de las especies actuales, han deducido matemáticamente la morfología de los antepasados de los linajes principales descubriendo que, la forma y la composición de estas conchas correspondían perfectamente a las de los fósiles en forma de vasija, sugiriendo que las Arcellinida eran ya diversas hace 750 millones de años, tal vez tanto como en la actualidad.
Las amebas tecadas son unos protozoos frecuentes en suelos, sedimentos lacustres y zonas pantanosas. Estos organismos presentan una diversidad de formas y comportamientos impresionantes para unos seres unicelulares; algunos pueden flotar en el plancton, en búsqueda de sus presas favoritas las diatomeas, y construyen sus tecas con los restos de sus víctimas.
Otras cazan en grupo, atrayendo químicamente a sus compañeras para capturar presas de más de cien veces su propio peso. Hay también especies que cultivan algas unicelulares, alimentándolas con los restos de su metabolismo y obteniendo azúcar procedente de su fotosíntesis. Estos organismos complejos no pueden existir más que en un mundo complejo, con una gran diversidad de ambientes, con presas para cazar y enemigos que evitar.
Aunque en las épocas anteriores al mundo de los animales pocos organismos sobrepasaban el milímetro, el mundo microscópico ya había tenido tiempo de evolucionar y diversificarse a unos niveles insospechados.
“Tenemos tendencia a proyectar nuestra propia imagen sobre el mundo que nos rodea”, señala el investigador Enrique Lara, uno de los autores del artículo y especialista de estos misteriosos organismos. “Los organismos microscópicos no son para nada simples, tienen modos de vida y hasta comportamientos complejos que reflejan su inmensa diversidad”, concluye el investigador.
Foto: Nebela collaris, un habitante de las turberas europeas que se alimenta de hongos, algas y utiliza las escamas siliceas de sus presas (otras amebas tecadas) para construir su propia concha. Autor: Quentin Blandenier.