Como cierre a todo un año de homenaje al barón Hans Heinrich Thyssen-Bornemisza (1921-2002) con motivo del centenario de su nacimiento, el Museo Nacional Thyssen-Bornemisza presenta una exposición que reúne la magnífica colección de arte americano fruto de su labor coleccionista durante más de tres décadas. Las obras proceden tanto de las colecciones de la familia Thyssen y de Carmen Thyssen-Bornemisza como, principalmente, del propio museo, un conjunto excepcional en el contexto europeo que ha convertido al Museo Thyssen de Madrid en punto de referencia esencial para el conocimiento del arte estadounidense.
Arte americano en la colección Thyssen es el resultado de un proyecto de investigación, desarrollado con el apoyo de la Terra Foundation for American Art, para estudiar y reinterpretar estas pinturas con una nueva mirada temática y transversal, a través de categorías como la historia, la política, la ciencia, el medioambiente o la vida urbana, y considerando aspectos de género, etnia, clase social o idioma, entre otros, para facilitar un conocimiento más profundo de las complejidades del arte y la cultura estadounidenses.
Esta reinterpretación se pone de manifiesto en la nueva presentación de las obras en las salas y en el correspondiente catálogo, con ensayos de las dos comisarias, Paloma Alarcó, jefa del Área de Pintura Moderna del museo, y Alba Campo Rosillo, Terra Foundation Fellow de Arte Americano, autoras también de los textos que acompañan cada sección temática junto a las conservadoras de pintura moderna del museo Clara Marcellán y Marta Ruiz del Árbol. Una selección de obras cuenta además con los comentarios de los expertos en arte americano que han colaborado en el proyecto. Al igual que todas las exposiciones y actividades vinculadas al centenario del barón Thyssen-Bornemisza, esta muestra cuenta también con el apoyo de la Comunidad de Madrid.
Las 140 pinturas reunidas se han instalado en las salas 55 a 46 de la planta primera del museo, organizadas en cuatro secciones temáticas: Naturaleza, Cruce de culturas, Espacio urbano y Cultura material, que se dividen a su vez en varios apartados en los que se van estableciendo diálogos entre cuadros de diversas épocas y autores, combinando el arte de los siglos XIX y XX:
1. NATURALEZA
El recorrido empieza con un primer capítulo dedicado al paisaje, un tema central tanto en la colección Thyssen en general como en el arte americano en particular. El concepto de Naturaleza fue esencial en el proceso de creación de la joven nación norteamericana, por lo que la génesis y el desarrollo del género del paisaje no puede desvincularse ni de la historia ni de la conciencia política estadounidense. La pintura de paisaje definía el país, al tiempo que lo representaba, de forma que el reflejo de la naturaleza virgen se estableció como la fórmula más idónea de reafirmación del creciente espíritu nacional.
América sublime
Tras la independencia en 1776, y sobre todo a comienzos del siglo XIX, los artistas, en su mayoría formados en el viejo continente, tomaron conciencia de la grandeza de esa tierra. En sus inicios, el paisajismo americano fue una adaptación de la tradición romántica europea a la exuberancia del Nuevo Mundo, combinada con un sentimiento religioso y patriótico. En América sublime se estudia la naturaleza como fuente de espiritualidad y orgullo, de conectividad, de vida y muerte. Lo vemos en la obra de Thomas Cole, el primero en desvelar la relación del hombre con la naturaleza bajo las convenciones del romanticismo sublime y en plasmar un sentimiento religioso; en Frederic Church, que incorpora además el espíritu científico propio de su alma de explorador, o en George Inness, con una obra visionaria y poética que busca despertar la emoción del espectador.
Pero la huella del romanticismo trascendental trasciende barreras cronológicas y permite vincular las obras del XIX y el XX. La alegoría de la cruz que vemos en Cole o en Church sigue presente en algunos expresionistas abstractos como Alfonso Ossorio o Willem de Kooning, y los artistas del círculo del fotógrafo y galerista Alfred Stieglitz, como Georgia O’Keeffe, recuperaron para la modernidad el pasado místico del paisaje americano. Por su parte, otros pintores del siglo XX, como Mark Rothko y Clyfford Still, siguieron vinculados a la naturaleza sublime a través de la abstracción.
Ritmos de la tierra
Desde mediados del XIX, la mentalidad positivista postdarwiniana propició un creciente interés científico por el entorno natural. Esta segunda generación de paisajistas se acercó a la corriente naturalista dominante en Europa durante gran parte del siglo XIX, interesándose por la historia natural y por el estado de transformación permanente de la naturaleza. Asher B. Durand, discípulo de Cole y ferviente defensor de la pintura del natural, muestra en su obra un realismo de minuciosidad científica, lo mismo que John Frederick Kensett o James McDougal Hart.
Tras un largo viaje por Europa, donde estudió los nuevos tratados sobre la luz y el color, Frederic Church empezó a mostrar su interés por plasmar la transformación del paisaje en distintas estaciones y condiciones atmosféricas, al igual que Jasper Francis Cropsey, que contribuyó a la difusión del formato panorámico que se impuso entre los artistas americanos hacia mediados de siglo. Un poco más avanzado el siglo XX, pintores como Theodore Robinson o William Merritt Chase muestran la incipiente influencia de la fugacidad del impresionismo francés.
Ya en el siglo XX destaca la figura de Arthur Dove, atento a la transformación de las fuerzas internas de la tierra y las condiciones cambiantes de la atmósfera, que busca integrar en su pintura naturaleza y abstracción. Y Hans Hofmann, para quien ‘la naturaleza es siempre la fuente de los impulsos creadores del artista’, cultivando una figuración orgánica que armoniza sus raíces y formación europeas con las novedades de su experiencia americana. También Jackson Pollock manifestó su deseo de reproducir los ritmos de la naturaleza; la coreografía del artista moviendo su cuerpo y su mano por encima del lienzo colocado en el suelo era toda una liturgia vinculada al mundo natural.
Impacto humano
La tensión entre civilización y preservación de la naturaleza penetró de tal modo en la pintura americana del XIX que preparó el terreno para la conciencia medioambiental moderna. La mayoría de los primeros paisajistas americanos se retiraron a vivir al campo y aparecen con frecuencia en sus cuadros escenas bucólicas de la vida campesina, que simbolizan la abundancia de la tierra y la sintonía de los primeros colonos con el entorno natural. Otros se interesaron por explorar el paso del tiempo a través de la actividad humana, como muestran las escenas de los puertos de la costa atlántica pintadas por John William Hill, Robert Salmon, Fitz Henry Lane, Francis A. Silva y John Frederick Peto, que encuentran su contrapunto en la visión de Charles Sheeler en Viento, mar y vela, ya en el siglo XX.
La herencia de la tradición de la pintura de paisaje la recibe, a finales del XIX, Winslow Homer, cuya obra refleja la confrontación del hombre con las fuerzas de la naturaleza, y continúa en el XX con Edward Hopper; la imagen del árbol muerto que se repite en algunos de sus cuadros enlaza con los que aparecen en las pinturas de Cole o Durand, derribados por el destructor impacto humano.
2. CRUCE DE CULTURAS
El título de esta sección hace referencia a los momentos de contacto entre las diferentes comunidades y se organiza en tres apartados:
Escenarios
Este capítulo aborda la representación del paisaje natural como el espacio en el que se ha escrito la compleja historia norteamericana. Desde mediados del XVIII y hasta el siglo XX, son muchas las pinturas que reproducen narrativas que presentan la tierra como escenario de la asimilación colonial, ensalzando la presencia euroamericana frente a la indígena o la afroamericana; el paisaje ejerce también de escenario de relatos sobre la domesticación humana de las tierras salvajes o de la inevitabilidad de la extinción de los indios. Lo vemos en la obra de Charles Willson Peale, cuando retrata a los hijos de un rico colono en su plantación de melocotones en Maryland; en la de Charles Wimar, cuando representa a los indios resignados a su desaparición frente al avance colonial, o en la apropiación de la cultura indígena que muestran artistas como Joseph Henry Sharp, entre otros.
Hemisferio
En este apartado se aborda la expansión territorial, política y económica de los Estados Unidos hacia el oeste, el norte y el sur, en su intento de reemplazar a Europa como la esfera de influencia en las Américas. Las cataratas de san Antonio, pintadas por George Catlin y Henry Lewis, ejemplifican ese espacio natural progresivamente ocupado y aparentemente inalterado, mientras que los paisajes latinoamericanos de Church, Bierstadt o Heade son fruto del descubrimiento de esos lugares exóticos, de las expediciones comerciales en busca de tierras para el cultivo y de zonas para abrir el transporte marítimo intercontinental. Los territorios lejanos continúan siendo fuente de experimentación artística para Winslow Homer, en la segunda mitad del XIX, y Andrew Wyeth, ya en el siglo XX.
Interacciones
En Interacciones se reúnen obras que representan a las distintas comunidades estadounidenses –esclavos, clase obrera, judíos migrantes, afroamericanos, asiáticos, cosmopolitas…– analizando sus interconexiones, desde la alianza hasta el conflicto. Vemos así los famosos grabados de poblaciones indígenas realizados por Karl Bodmer, junto a los retratos de colonos que posaron para John Singleton Copley o a miembros de la alta sociedad retratada por John Singer Sargent. La atención a lo exótico vuelve a aparecer en la obra de Frederic Remington, a comienzos del siglo XX, y el interés por la clase trabajadora y la comunidad afroamericana lo hará en la de Ben Shahn y Romare Bearden, bien entrado el siglo.
3. ESPACIO URBANO
Este capítulo reflexiona sobre la cultura moderna norteamericana a través de la mirada de los artistas, sobre el crecimiento y transformación del espacio urbano, escenario de una nueva sociedad y de desarrollo de la modernidad.
La ciudad
La masiva migración de población afroamericana hacia las ciudades del norte, tras el fin de la guerra civil, sumada a la gran inmigración europea, convirtió a las ciudades en espacios de encuentro de culturas diversas, y su paisaje se fue transformando con el desarrollo industrial, los transportes, las grandes avenidas y los rascacielos, convirtiéndose en fuente de inspiración para artistas: Charles Sheeler equipara las calles y avenidas con las formaciones geológicas de los cañones; Max Weber muestra su experiencia de la urbe bajo el influjo del cubismo y el futurismo, y John Marin, vinculado a las vanguardias europeas, plasma la energía vital de la ciudad.
En los años 1960, los nuevos realismos vuelven a tratar la ciudad a pie de calle, como los famosos paisajes urbanos de Richard Estes o los tipos urbanos, la gente que se mueve por calles y centros comerciales, que retrata Richard Lindner. Fuera de la ciudad, pero vinculada a ella, la Autopista de ultramar, de Ralston Crawford, funciona como símbolo de la libertad e independencia del sueño americano.
Sujeto Moderno
Algunos artistas centraron su mirada en los habitantes de la ciudad, pero no como urbanitas sino buscando al individuo, escondido entre la multitud, convencidos de que el latido de la ciudad lo conforma el puzle de sus historias personales. Muchas de esas historias están protagonizadas por mujeres, tanto en la esfera pública como en la privada, reflejando los cambios en la sociedad. Así lo vemos en la obra de Winslow Homer, a finales del siglo XIX; en la de Edward Hopper, ya en el XX, que muestra su personal visión de la realidad urbana como símbolo de la soledad del hombre contemporáneo, o en la de Raphael Soyer, que recoge los nuevos roles de las mujeres, bien en el desempeño de algún oficio o como exponente de los nuevos hábitos de consumo. Otra dimensión del sujeto moderno aparece en los cuadros de Arshile Gorky, con un estilo a medio camino entre el automatismo surrealista y la libertad del gesto expresionista, y en los de Willem de Kooning, reflejo de la energía vital del ser humano.
Ocio y arte urbano
En paralelo a la revolución industrial, crece en las grandes ciudades el concepto de ocio, que permite dedicar el tiempo libre que deja la reducción de las jornadas laborales en descanso y entretenimiento. La creación de los primeros parques públicos y la popularización del paseo en entornos rurales o en las playas cercanas, válvula de escape para los habitantes de las ciudades, se convierten en temas artísticos para Winslow Homer o para los impresionistas Childe Hassam, John Sloan o William Merritt Chase, entre otros.
Más adelante, los parques de atracciones o la música callejera serán fuentes de inspiración para Ben Shahn, interesado en retratar la realidad social del país. Desde comienzos del siglo XX, la música adquirió un gran protagonismo en la vida de los estadounidenses. De todas las nuevas expresiones musicales, fruto de ese cruce cultural urbano, el jazz, de origen afroamericano, fue sin duda la que alcanzó mayor popularidad y motivo de inspiración para muchos artistas, entre ellos, Arthur Dove, Stuart Davis, o incluso Jackson Pollock. Ya desde comienzos de siglo la música se había convertido en modelo para algunos pintores que encontraron en las analogías musicales una alternativa alejada de las apariencias, como Marsden Hartley o John Marin.
4. CULTURA MATERIAL
Esta sección analiza la renovada atención que ha recibido la cultura material en el arte americano, organizándola en tres apartados:
Voluptuosidad
La celebración de la vida y los sentidos a través de la representación pictórica, encapsulada en el término latino ‘voluptas’, comienza con varios bodegones, desde su versión más tradicional, como el de Paul Lacroix en el XIX, a las más innovadoras de Stuart Davis, que aspiraba a crear un arte nacional moderno a través de lo cotidiano. También Charles Demuth, Georgia O’Keeffe, Lee Krasner o Patrick Henry Bruce buscaban conectar de nuevo el arte con la naturaleza, con un tratamiento formal que, partiendo de la realidad, evoluciona progresivamente hacia la abstracción. Por otro lado, la interacción de lo humano y lo no humano se convirtió en motivo recurrente en la pintura de bodegones que los artistas pop explotaron para reflexionar sobre la cultura de consumo. Así lo vemos en la obra de Tom Wesselmann, Roy Lichtenstein y James Rosenquist.
Tempus fugit
La alusión al paso del tiempo y la inevitabilidad de la muerte es un concepto común en la naturaleza muerta. El humo del tabaco, las cerillas quemadas, las migajas de galletas o el periódico aluden a esa transitoriedad de la vida en el cuadro de William Michael Harnett, uno de los principales representantes y renovadores del género en los Estados Unidos a finales del XIX y comienzos del siglo XX. La mortalidad fue también un tema recurrente para Joseph Cornell, en cuyos assemblages incorpora animales o elementos diversos, como las burbujas de jabón, para representar lo efímero de la vida.
Rituales
Las distintas expresiones culturales de las naciones indígenas fueron objeto de interés de algunos artistas foráneos, como Karl Bodmer, que en sus grabados ofrece todo un inventario visual de instrumentos y objetos rituales o bélicos de las distintas tribus, tanto de forma aislada como situándolos en su contexto, en escenas cotidianas dentro y fuera de las aldeas, y en paisajes con santuarios o recintos funerarios. Otros artistas muestran la nostalgia por ese mundo idealizado, como Frederic Remington, que retrata una idea romántica del Oeste y de sus pobladores.
ACTIVIDADES COMPLEMENTARIAS
Con motivo de esta exposición, el Área de Pintura Moderna del museo organizará, a finales de enero y en febrero, un ciclo de conferencias impartido por el director artístico, Guillermo Solana, y por el equipo de conservadores del museo, así como un simposio internacional que tendrá lugar en el mes de junio, a lo largo de dos días, con la participación de expertos americanos.
TERRA FOUNDATION FOR AMERICAN ART
La Terra Foundation for American Art está dedicada a fomentar la investigación, la comprensión y el disfrute de las artes visuales de los Estados Unidos por parte del público nacional e internacional. Reconociendo la importancia de la experiencia directa de las obras de arte, la Fundación brinda oportunidades para la interacción y el estudio, en primer lugar, con la presentación y el crecimiento de su propia colección de arte en Chicago. Para promover el diálogo intercultural sobre el arte americano, la Fundación apoya y colabora en exposiciones innovadoras, en la investigación y en programas educativos. En estas actividades está implícita la creencia de que el arte tiene el potencial tanto de diferenciar culturas como de unirlas.
INFORMACIÓN PARA EL VISITANTE
- Dirección: Paseo del Prado, 8. 28014, Madrid. Salas 55 a 46, primera planta.
- Horario: Del 14 de diciembre de 2021 al 26 de junio de 2022. Lunes, de 12 a 16 horas (entrada libre). De martes a domingos, de 10 a 19 horas.
- Tarifas: Entrada única: Colección permanente y exposiciones temporales. Lunes gratis. General: 13 €. Reducida: 9 € para mayores de 65 años, pensionistas y estudiantes previa acreditación; Grupos (a partir de 7): 11 € por persona. Gratuita: menores de 18 años, ciudadanos en situación legal de desempleo, personas con discapacidad, familias numerosas, personal docente en activo y titulares del Carné Joven y Carné Joven Europeo.
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Venta anticipada de entradas: taquillas, web del museo y en el 91 791 13 70.