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Artículo de opinión por Carmen Esteban Sanz, estudiante de derecho y ciencias políticas en la UC3M.
Hace unos días, charlando con unas amigas, un tema interrumpió el tan deseado consenso y tomó las riendas de la conversación, el empoderamiento femenino.
¿Qué es el empoderamiento de la mujer?
Este concepto habla de los pasos y recursos necesarios para dotar a las mujeres de la fuerza y valentía necesarias y así poder ignorar las imposiciones sociales que les limitan, cánones de belleza, estereotipos… El empoderamiento es clave para batallar con toda la energía al patriarcado, mas para nada sencillo. Al fin y al cabo, luchar contra todo aquello que se nos ha impuesto como natural y sistematizado durante toda la vida es una tarea ardua. La estrategia que utiliza el feminismo para la consecución de la emancipación de las mujeres es la educación unida a la normalización paulatina de la igualdad real y efectiva. No obstante, existen otros mecanismos complementarios que hacen de aseguradores de esta transición hacia la igualdad, como las listas cremallera, que están suscitando dudas en más de una mujer.
¿Son las cuotas justas?
La meritocracia dice que no, y no solo lo niega sino que siembra la indecisión en las mujeres. El tanto te esfuerces, tanto conseguirás solo aporta más leña al fuego del síndrome de la impostora y no se sostiene en datos. Carles Gil, investigador sevillano, explica en su tesis sobre la meritocracia, ganadora del premio mejor tesis doctoral en 2021, que “la meritocracia reproduce las desigualdades de la sociedad”. Solo el 10% de los que nacen aventajados bajan en la escala social, es decir, que solo 1 de cada 10 nacidos en familias pudientes dejará de ser rico. La meritocracia no es un ascensor social, dar por hecho que todos y todas partimos del mismo punto es ignorar el contexto que condiciona los logros de las mujeres, entre otros. Asumir que una mujer que se esfuerza puede alcanzar lo que se proponga es normalizar que solo el 34% de las mujeres perseveran en ocupar los altos directivos de nuestro país y fulminar el techo de cristal. ¿Podemos llegar solas? No sin antes destruir los obstáculos impuestos por el patriarcado.
La igualdad de género es un fin a largo plazo, por mucho que me duela decirlo, sin embargo, disponemos de otros recursos que dan luz y hacen más liviana esta transición hacia una sociedad paritaria. Lo que hoy es visto como una imposición y que garantiza una representación justa, en unos años no será ni siquiera necesario dado el asentamiento social del feminismo resultando impensable que las mujeres no estén presentes en los puestos de decisión.
Y que quede claro, las mujeres no nos sentimos orgullosas de las medidas de discriminación positiva, no nos benefician, nos dan lo justo, lo que siempre debió ser nuestro.
Ojalá y se nos valorara igual que a un hombre, que no nos preguntasen si pensamos tener hijos en una entrevista de trabajo y que no se diera por hecho que no podremos conciliar un puesto de dirección con la vida privada y familiar. Hasta entonces la educación y las cuotas son nuestros mayores aliados.