Con las fiestas navideñas no solo llega el turrón, el mazapán, las luces, los regalos o los encuentros familiares. Los adornos toman especial protagonismo en nuestras casas durante estos días. También los adornos naturales. Dos de ellos, el acebo y el muérdago, suenan, como los villancicos, a Navidad. Muchos los relacionan, incluso los confunden en imágenes, quizás porque tienen idéntica utilidad ornamental y porque ambas plantas eran consideradas sagradas en la antigua cultura celta.
Sin embargo, dejemos claro ya en este primer párrafo que su parecido es pura casualidad. Son dos plantas diferentes, tal y como nos recuerda el Profesor de Investigación del CSIC en el Real Jardín Botánico, Pablo Vargas, “ya que divergieron sus linajes hace más de 100 millones de años”. Vamos a conocerlas un poco mejor para saber distinguirlas y reconocerlas.
De la mano de Arbolapp, la aplicación móvil del CSIC financiada por la Fundación para la Ciencia y la Tecnología (FECYT) en la que ha trabajado el Real Jardín Botánico, sabemos que el acebo (Ilex aquifolium) tiene el porte de un arbusto o arbolito que alcanza hasta los 12 metros de altura. La corteza y ramas son grises y lisas. Las hojas son persistentes, más o menos ovaladas y, en general, con el margen lleno de espinas.
La madera de acebo es de muy buena calidad, dura y tan densa que no flota en el agua, por lo que no sería útil en la industria naval. Es apreciada por los ebanistas para elaborar mangos, culatas de armas y por teñirse bien de negro e imitar a la de ébano; además es muy estimada como leña, para hacer carbón y por los pastores para confeccionar bastones resistentes.
En este sentido, Miguel de Cervantes cuenta en el cap. XIII de El Quijote: «Venían unos pastores hacia ellos y traía cada uno un grueso bastón de acebo en la mano…». Y el poeta toledano Garcilaso de la Vega en sus poesías escribe: «Allá dentro en el fondo está un mancebo, / de laurel coronado y en la mano / un palo, propio como yo, de acebo».
Consultando el libro Plantas parásitas de la Península Ibérica e Islas Baleares de José Antonio López-Sáez, Pilar Catalán y Lorenç Sáez (Mundi-Prensa, 2002) en su capítulo quinto encontramos una pormenorizada descripción del muérdago, Viscum album, que en realidad es una planta semiparasita siempre verde que crece sobre las ramas de diversos árboles, principalmente, pinos, chopos, olivos y algunos frutales. Un capítulo solo dedicado al acebo, y comparándolo con el muérdago, podemos encontrarlo en el libro Jardín Botánico de Madrid. Un paseo guiado de Pablo Vargas (Ibersaf, 2004).
Las propiedades infectivas del muérdago lo convierten en un severo problema para los bosques y los árboles cultivados a los que ataca. Descrita por Carlos Linneo, Viscum album constituye una plaga de ciertas plantaciones de coníferas y de frondosas. Sus frutos también son diferentes del acebo. Mientras el primero tiene un color verde en su inicio y después adquiere un intenso color rojo, el fruto del muérdago, verde también cuando está inmaduro, cambia más tarde a un traslúcido color blanco o amarillo.
Tradiciones y leyendas
Pese a esta importante circunstancia, ser una planta parásita, desde tiempos históricos, el muérdago ha atraído la atención de propios y extraños y ha sido objeto de interés manifiesto por su significado religioso o sobrenatural. En la Edad Media se usaba su aceite como repelente de los lobos. Su leyenda ha alcanzado sobre todo a Gran Bretaña y el norte de Europa desde sus pueblos primitivos.
Cierto es que, a parte de sus posibles virtudes mágicas, el Viscum album cuenta con importantes propiedades farmacológicas y médicas, al ser una fuente de compuestos utilizados en tratamientos de células tumorales y reconociéndose también su aplicación médica contra la epilepsia, la arteriosclerosis, la hipertensión o una simple tos.
Claro que, aún más popularmente el muérdago (mistletoe, en inglés) es conocido por su tradición de besarse si dos personas coinciden debajo de él. Desde el mediático beso entre Barack y Michelle Obama en la Casa Blanca a los cinematográficamente repetidos galanteos, la escena se repite, sobre todo en Estados Unidos y Latinoamérica, todas las Navidades. Y quizás, solo quizás, en esto sí coincidan acebo y muérdago, en las tradiciones y fábulas.
El acebo era un arbusto sagrado para los celtas, se utilizaba durante el solsticio de invierno, el 22 de diciembre, para atraer la suerte y la prosperidad a la comunidad y alejar los malos espíritus. El árbol de los sátiros, decían, porque alejaba los demonios y los duendes maliciosos. Un adorno natural que se sigue utilizando como adorno en la actualidad bajo la creencia de que Santa Claus entra a medianoche y bendice a toda la familia.
Y, por otro lado, la tradición dice que si una chica es besada bajo el muérdago en Nochebuena encontrará el amor o conservará el que ya tiene, pero además atraerá la fertilidad.
Pese a esto, tengamos en cuenta que, tal y como señala el investigador Pablo Vargas, “el acebo (Ilex aquifolium) se encuentra en la Europa húmeda y el muérdago (Viscum album) en la zona europea mediterránea. Pertenecen a dos familias botánicas muy diferentes, el primero es de la familia de las aquifoliáceas, mientras el muérdago está vinculado a la familia de las santaláceas”.
Y, como conclusión, el último aspecto a considerar si nos centramos en la importancia de la conservación vegetal y animal. Por un lado, el acebo está protegido en todo el territorio por las legislaciones de España, Andorra y Portugal. Además, aparece en los catálogos de especies protegidas o amenazadas de numerosas comunidades autónomas españolas, por ejemplo en la Comunidad de Madrid.
Por tanto, si se va a usar como decoración navideña, conviene asegurarse de que procede de viveros o de que su explotación es sostenible y legal. Y por otro, es conocido el empleo que en el pasado se hizo del muérdago para obtener liga para atrapar pájaros. Hoy en día ese uso ha desaparecido y de hecho es ilegal y está penado por la ley.