por Juan Pedro Rodríguez Hernández
Aquel día de 1988 Nicholas salió de casa porque tenía consulta con el médico y su mujer Greta se quedó en casa. Greta, fue al desván para limpiarlo, esperando que Nicholas la ayudase cuando volviese. Hacía años que no limpiaban el desván. Ropas viejas, cajas, muebles, y al fondo un pequeño maletín en el que nunca se había fijado. Lo que Greta descubrió dentro eran centenares de fotos de niños, listas con sus nombres y cartas de los padres de los niños. En ese momento Nicholas entró por la puerta, y Greta extrañada le preguntó sobre el enigmático maletín y el todavía más enigmático contenido. Nicholas, de apellido Winton, había escondido para sí una bella pero terrible historia.
Nacido en 1909 en Inglaterra, Nicholas era descendiente de judíos alemanes que en Inglaterra se había bautizado, adaptando su apellido al inglés. Era una familia de dinero y negocios, y pronto Nicholas demostró buena predisposición para los estudios, logrando un empleo en la Bolsa de Londres. En 1938, cuando Hitler era algo más que una amenaza y Europa empezaba a tener campos de refugiados, recibió Nicholas la llamada de un amigo que le pidió que se acercase a Praga a ayudarle, sin dar muchos más detalles. Nicholas suspendió sus vacaciones y allí se presentó. Lo que se encontró fueron campos de refugiados, sobre todo de niños judíos que huían de los territorios invadidos por Hitler, por tanto incorporados de una u otra manera al Reich. Improvisando una oficina intentaba ayudar a los niños y buscarles familias de acogida. Los propios judíos de Praga le pedían ayuda, viendo que llegaría la invasión alemana. Logró que Suecia y Gran Bretaña se interesasen en la evacuación de los niños. Como se tuvo que reincorporar en su trabajo en la Bolsa tomó la determinación de seguir desde allí al pie del cañón, pidiendo dinero a entidades, sinagogas e iglesias, para pagar pasajes a los niños desde el país de procedencia al de acogida, unas veces por avión y sobre todo por tren. Así hasta que Hitler invadió Polonia y comenzó la Guerra Mundial, con los cierres de fronteras, que provocó que un pasaje de 250 niños desapareciese para siempre, niños perdidos en un Reich de campos de concentración de los cuales nunca se volvió a ver a ninguno.
Winton guardó silencio desde entonces, no sabemos por qué razón, quizá, como dice el título de este artículo, porque era el filántropo más puro, habiendo salvado a 669 niños y niñas judíos.
Al descubrir Greta esta historia la puso en conocimiento de una escritora y de diferentes periodistas y medios. Se convirtió en héroe tanto para su país como para Checoslovaquia, llegando a tener los máximos reconocimientos, siendo su historia contada en películas, libros y documentales, e incluso hubo miles de personas que reivindicaron el Novel de la paz. Nicholas falleció en 2015, a los 106 años, pero antes de terminar este relato hay una última cosa que debo contar.
Aquella tarde de hace unos 25 años Greta tenía una invitación para ir a un programa de televisión que era en una especie de plató que parecía un teatro. Engañado, Nicholas Winton se encontraba sentado en la primera fila, cuando la periodista empezó a explicar la historia de Winton. Asumido el momento inicial de sorpresa, la periodista proyecto fotos de niños y niñas, y enseñó el listado total de nombres. Al finalizar la intervención la periodista, todos los asistentes se empezaron a poner en pié. Ellos y ellas eran aquello niños y niñas a los que muchas décadas atrás había salvado la vida, posiblemente de morir en los campos de concentración del Reich, como tantos y tantos millones de personas.
A día de hoy esos niños y niñas, y sus nietos y nietas, sus descendientes, siguen recordando la proeza del filántropo más puro.