por MARCOS CARRASCAL
La Navidad nos ha dejado.
Ya no nos sorprenden las luces festivas por la noche, ni nuestros vientres nos pesan más que el cansancio.
La fachada del Corte Inglés de la calle Preciados ya no exhibe el Cortylandia.
Las casas no se engalanan con árboles navideños ni con belenes.
La Plaza Mayor se ha deshecho de los belenistas.
Los Reyes y Papá Noel, con sus respectivos ayudantes, han abandonado Madrid para refugiarse en sus hogares.
Regresan los atascos: Madrid vuelve a ser Madrid.
*
El Levante nos desconcertaba a todos con nevadas siberianas.
Torrevieja no era regada por la lluvia blanca desde hacía más de cien años.
Los campos que rodean las masías valencianas han armiñado.
La ola de frío arrasa a la Península Ibérica, y los precios de los escudos contra ésta suben.
*
Los campos callan, aguardando el piar de los pájaros.
Los árboles dormitan, esperando vida.
Las faenas descansan, soñando con despertar.
Los fríos inviernos que paralizan a los agros sacuden con mayúscula insistencia.
Y queda el rumor del viento, los susurros del silencio, los cantos del cielo…: nihil.
*
El verano se antoja lejano; un recuerdo, un presagio; una estación a la que el tren no parece llegar.
El verano se disuelve, manso; unos planes, un alivio; …
Y flanqueándonos, el otoño y la primavera, como pétreas transiciones danzantes.
El otoño de la senectud, de las manos sarmentadas y de la vendimia.
La primavera de la juventud, de las flores hermosas y de los surcos en la tierra.
*
Los anhelos del verano, de la primavera y del otoño no son nada, si estamos en invierno.
Los deseos se evaporan, si estamos en invierno.
Si estamos en invierno, con el frío, con las toses, con el exilio de las aves, con el eco mortuorio,
hemos de disfrutar: de la nieve, de la tranquilidad, de las noches, del silencio, del misticismo…
Porque llegarán tiempos —¡estos tiempos soñados!— que nos ahogaremos en el calor, y rogaremos frío.
Porque llegarán tiempos —¡estos tiempos soñados!— que el trabajo nos golpeará, y solicitaremos descansar.
Porque llegarán tiempos —¡estos tiempos soñados!— que los volátiles cantarán y turbarán nuestro asueto, y pediremos que se vuelvan a marchar.
Porque llegarán tiempos —¡estos tiempos soñados!— que el griterío taladre nuestros oídos, y… el silencio, ese que pareció mortuorio, será lejano, un recuerdo, un presagio, manso, unos planes, un alivio…
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El invierno te llama. Respóndele.
Este invierno y todos. El climático y el personal, todos.