por MARCOS CARRASCAL
Efectivamente. Nos tocó el Gordo. La plata voló al califato andalusí y el bronce al Reyno de Navarra. El áureo premio emergió como de entre las sombras de la insignificancia de las calles de mi barriada. De pronto, éramos los protagonistas. Esa calle, la del Paseo de la Esperanza, era protagonista. Ya ha sido escenario de loterías personales: besos, conversaciones con amigos, noticias… Esa calle, la de mi buen amigo Quique, me ve, al menos, tres veces por semana recorrerla. Su nombre ayer era repetido por todos los medios, y parecía un preámbulo de la victoria monetaria que guarecía. Pero el Paseo de la Esperanza ha sido arquitecto esperanzador en muchas otras ocasiones.
Mi pecho se hinchaba de orgullo cuando rutilaban mensajes en mi móvil, preguntando acerca del resultado de la lotería. Mi estómago liberaba a puñados de mariposas cuando veía en la televisión a gente conocida, eufórica, mostrando el elixir de sus despreocupaciones. La residencia, el bar, la peluquería, el papelero… Mi barrio volvía a la vida de barrio. A cada tramo que pisaba, al encontrarme con personas que mi vista antoja familiares pero no mi fuero interno, era interpelado, con una sonrisa: “¿Hemos tenido suerte?”. “Parece que no”, reía a modo de respuesta. Y se iniciaba una conversación que gravitaba en torno a esa Administración y que podía desembocar en los planes navideños. Desconozco la mayor parte de los nombres de las personas con las que conversé aquel 22 de diciembre. Tal vez, no sea ni importante. El coadjutor de la parroquia reconocía con mueca alegre: “Hoy el barrio está loco”.
Los vecinos de las calles aledañas al Paseo de la Esperanza nos fundimos en una ilusión, en un honor: la lotería. Y en ese misticismo de unidad, se fraguó ese ambiente de camaradería y de confianza. Las cámaras solamente aumentaban la honra de pertenencia. Y la lotería nos vuelve a enseñar: la vida del barrio reside en la vida de comunidad, en la confianza. Una ciudad como Madrid, de millones y millones de residentes, es amenazada imperiosamente por la deshumanización de sus calles; de sus distritos. Frente al frío canicular y al silencio ruidoso, yo opto por el “Buenos días” por la mañana y el “¿Ya se recoge?” cuando la luna despierte.
Este premio ha enriquecido al barrio. La mayoría, como yo, no veremos movimiento alguno en nuestras cuentas corrientes. Otros, disfrutarán de un tsunami en sus arcas personales. Pero es menester replantear el formato de barrio y de ciudad que queremos. Este formato no nos lo podrán imponer o prohibir ninguno de los partidos que están en el consistorio. Este formato lo forja la sociedad: el pueblo. Los madrileños vamos tejiendo el modelo de barrio que queremos, con un saludo o con una mirada al otro lado. Madrid no es Carmena, ni fue Botella. Madrid somos los madrileños; y ellos podrán peatonizar la Gran Vía o cambiar cien veces de sede del Ayuntamiento, pero nuestra patria chica la construimos nosotros: la construye usted.
Claro que estoy orgulloso de mi barrio, de las casas que pueblan los adoquines y de cada comercio que allí se instaló. Como también lo estará el de Usera del suyo, el vallecano del suyo, el de Moncloa del suyo… Sin embargo, todos somos atados por una misma cuerda: Madrid. Y es el momento de que nos toque el Gordo real en Madrid. Es el momento de poner en práctica el Madrid ideal, no como poderes públicos; sino como algo más importante: como pueblo.