por MARCOS CARRASCAL
No sabemos cómo, pero el curso ya ha iniciado su recorrido. Hace diez días, me aventuraba con mi novia por los recónditos esconces del Maestrazgo castellonense; y hoy soy víctima del estrés universitario. Nadie sabe cómo el sosiego se ha desvanecido, para dejar en su lugar a la belicosa rutina. La cartera que aletargaba desde hacía unos meses en un rincón de mi habitación hoy se despierta maliciosamente. El bañador vuelve a las inexpugnables baldas superiores de mi armario, y los abrigos inician un lento susurro.
Sin embargo, como si fuera un delirio o un consuelo desesperado, mi barrio se engalana. La ribera del río Manzanares se viste de fiesta. La noche recibe a nuestra depresión post-vacacional. Música a altos decibelios envenena el cielo mientras Baco irradia entre cascadas de alcohol. La simpatía se derrocha, al tiempo que clanes de jóvenes madrileños amueblan las vías del largo parque. Los partidos políticos y las asociaciones vecinales flanquean un maremágnum que parece orar ante un alto escenario. Y todo se mueve, las luces rutilan intermitentemente y un beso lacera mis oídos.
Miles de madrileños nos damos cita en las inmediaciones del popular Matadero. Decenas de profesionales sanitarios, agentes de seguridad y demás personal posibilitan que este ritual de despedida de las vacaciones se desarrolle sin demasiadas alteraciones. Sin olvidar a los trabajadores que, al día siguiente, convertirán los retales de la fiesta en el apacible parterre. Los grupos que merodean por el festejo engordan, para luego fragmentarse y, posteriormente, unirse con mayor fuerza, finalizando con una quíntuple división.
No obstante, los protagonistas de este día somos cada uno de los vecinos que nos acercamos a los eventos de la Melonera. Muchas veces, la nocturnidad del crepúsculo —o de la entrada madrugada— no impide reconocer a conocidos o amigos cuya presencia emite un sentimiento de gran alegría. Todos somos anónimos, y todos famosos. Algunos van con un séquito de periodistas o de guardias. Otros van con su cabalgata de colegas.
Ese parque guarda preciosos recuerdos de una generación de madrileños. Miras un punto, y tímidamente sonríes. Donde ahí hay dos muchachos prodigándose caricias y besos, hace unos años probaste el elixir de la vid. Y aquí, tras ese hato de jóvenes, tus labios acariciaron por vez primera los de esa chica que… ¿qué será de ella? La nostalgia rora tus entrañas. Y de pronto, una nota musical sacude a la concurrencia. La Melonera no es el pasado, sino el presente.
La Melonera es tu grupo de amigos, a los que quieres con tu corazón y que el tiempo evita que les ofrezcas la atención que se merecen. La Melonera son esos momentos, y los que vendrán, que sólo se repetirán una vez. La Melonera es el desprecio a los pesares y la oda a la despreocupación. La Melonera es una lluvia de felicidad. La Melonera es el reencuentro. La Melonera es la fusión de amistades. La Melonera es el día y es la noche. La Melonera es la pertenencia al barrio de Arganzuela. La Melonera es orgullo. La Melonera es esa ciudad mágica que nos acoge en los momentos de fatiga: Madrid.
¡Vivan las Fiestas de La Melonera!