Artículo de opinión por Sergio Pedroviejo Acedo, estudiante de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad Carlos III de Madrid
Hace no mucho tiempo, cuando todos creíamos que la legislatura en la Asamblea iba a completarse, Monasterio se empeñaba en calificar a Ciudadanos de “pijos urbanitas”. El pecado de los liberales había sido, aquella vez, proponer bajar el IVA de las actividades relacionadas con el deporte, en concreto una bajada del 21% al 10% al que estarían sujetos negocios como los gimnasios o centros deportivos. La propuesta no se criticaba, en sí, a no ser que Vox reconozca que este tipo impositivo sí le gusta, al fin y al cabo, si se introduce el diezmo que proponen (que denominan “flat tax” — ¡qué ironía que la extrema derecha patria utilice anglicismos cuando existen términos más sacros!) harían falta una cantidad ingente de impuestos indirectos para sostener el Estado del Bienestar. No, Vox utilizaba a su favor la defensa del deporte de Ciudadanos. Aspiraba a reproducir la narrativa del ala trumpista de los republicanos estadounidenses y combatir los valores posmodernos que llevan a preocuparse a los partidos por cuestiones, a priori, extrañas para un elector medio.
El problema de Monasterio es que Aguado era lo opuesto a The Squad, ese grupo de congresistas ensimismados/as por las políticas identitarias. Ciudadanos nació para combatirlas, Vox para sustituirlas. El ideal liberal de ciudadanía y el espíritu universal de los principios políticos está tan presente en Cs, como la reacción cultural en la formación de Abascal. Por eso, Bal ha vuelto a proponer la bajada del IVA junto con propuestas como el abono 30X30, o la gratuidad de los viajes de metro entre zonas tarifarias los fines de semana. Esta última medida, dice que incentivaría los desplazamientos turísticos, especialmente el turismo cultural de alto valor añadido y muy duramente castigado por la pandemia. Me ha sorprendido que Vox no lo haya criticado en exceso esta última, al fin y al cabo, cumple con los requisitos para construir un espantajo urbanita, cosmopolita, que gusta del intercambio cultural, en lugar de hacer lo que hace “la gente de bien”.
Mientras se anunciaba esta propuesta, como un forastero en tierra extraña, el autobús de campaña de Edmundo visitaba los pueblos del suroeste. A dónde íbamos no llegaba el metro. Se adentraba cada vez más entre pinares por carreteras monótonas y rectas. En cada parada, se subía algún afiliado esperanzado para dar una vuelta, y agitaba las banderolas por las ventanillas del piso descapotado, y después, paseábamos por las calles de piedra firme que correspondiesen. Entre medias, se oía hablar al silencio. Apenas sin coches que nos hicieran compañía, nos teníamos que conformar con algún rebaño de ovejas. Aquello era una comarca de corzos, venados y vinos. De buenos vinos, pero sin demasiado nombre. Y en el mercado, a veces, no importa tanto lo que tengas para ofrecer, sino la idea que el cliente se haya hecho sobre ti, bien lo sabe Ayuso, Miguel Ángel Rodríguez mediante.
En lo más profundo del interior de aquel tranquilo lugar, PP y Vox han sembrado férreas opciones de obtener una buena cosecha de votos. Los primeros, al haber diseñado toda su acción política con el objetivo de pintar el mapa de sus colores a lo largo de las décadas. El segundo, al tratar de articular un imaginario local en torno a una identidad exclusiva que se ve amenazada por ______(introduzca el lector aquí al enemigo externo o interno que más le convenga a Vox en ese momento, Aguado, Sánchez, Soros, la UE)_________ . Ambas representan, para mí, aquella unamuniana “Triste España de Caín” acostumbrada a un Gobierno de alpargatas, de capotes, timbas y charadas.
Allí dónde Vox ve un juego, una herramienta para ordenar una identidad excluyente que lanzar contra la izquierda e imponer desde las instituciones. Desdichados, los liberales vemos las oportunidades a partir de las cuales transformar estos pueblos y ciudades. Entrar a formar parte de un mundo global, sin ningún miedo o pudor, estar cada vez más conectados para dejar de ser segundas residencias de fin de semana. A veces un único concejal aislado, sólo y con todo en contra, hace de portavoz de estas ideas, otras veces ya se es tres, e incluso se ha ganado a nuestra antítesis. Esos resultados no han venido por el apoyo de fanáticos con identidad de partido, no. Una parte no tan silenciosa de la población, está harta de los partidos. Es moderado, centrista, y de vocación abstencionista. Persuadir y convencer a un vecino menos ideologizado, algo cínico (en el mejor sentido del término) y cabreado con los políticos, no siempre es fácil. Sin embargo, cuando te puedes presentar como la fuerza que ha logrado cosas que hacía años se venían reclamando hay una posibilidad, aunque sea pequeña, de conseguir resultados sorprendentes. Edmundo Bal debe atraer a ese errático votante que confío en Cs antes, pero que ahora duda. Puede hacerlo si expone todos sus logros que una mala comunicación ha tapado.