por Pedro Molina Alcántara
Con motivo del aniversario de las primeras elecciones democráticas en España tras la muerte del dictador Francisco Franco, que se celebraron hace hoy cuarenta años, me interesó la idea de redactar un artículo en el que esbozar las que, a mi juicio, son algunas de las asignaturas pendientes del sistema político español. Agradezco una vez más a Gacetín Madrid su predisposición a ofrecerme un espacio para trasladar mis ideas.
Como decía, escribo este artículo movido por la inquietud de ofrecer posibles soluciones que mejoren nuestro marco público de convivencia. He decidido, además, entrar en el debate que ha cogido fuerza en nuestro país durante los últimos días, a raíz del artículo de Antonio Navalón publicado en El País hace pocos días titulado ‘Millennials: dueños de la nada’. Se trata de un artículo tremendamente crítico con la generación de las personas nacidas aproximadamente entre los años 1980 y 2000. El artículo presenta a esta generación como personas carentes de valores cívicos, que no quieren asumir responsabilidades, que no tienen proyectos ni aspiraciones más allá de una suerte de “hedonismo tecnológico” y que creen que todo se lo merecen. El artículo deja caer hasta que la culpa de la victoria de Donald Trump la tienen los millennials. Si lo pensamos, es la misma retahíla que se ha dicho siempre de la juventud, en todas las épocas, por lo que no puedo evitar percibir en esas palabras un aroma un tanto rancio y carca.
Este artículo fue contestado al día siguiente con otro publicado en el medio digital Eldiario.es por Juan Luis Sánchez, muy recomendable, por cierto, titulado ‘La melancolía reaccionaria contra los millennials’. En él, se hace una llamada a la cordura y a la sensatez: las generalizaciones nunca reflejan la realidad con exactitud. Además, reconoce los riesgos que entraña una sociedad que ha conocido bruscamente una hipertrofia tecnológica muy alta. Pero, puestos a generalizar, es de justicia recordar que muchísimos millennials fueron a limpiar chapapote cuando el desastre del Prestige en la costa gallega (2002), fueron fundamentales en las protestas contra la Guerra ilegal de Irak de 2003 y en el vuelco electoral de 2004 que desalojó al Partido Popular de la Moncloa ¡Ah, y, por supuesto, fueron millennials quienes protagonizaron el Movimiento 15-M en 2011!.
En el fondo, creo que lo que subyace en el pensamiento de periodistas como Navalón es una molestia porque la ‘generación millennial’ está siendo pieza esencial en el despertar de este país, de nuestra sociedad y de la mayoría de las sociedades occidentales; sociedades en gran medida acomodadas y que adolecen de algunos síntomas de fatiga, de anquilosamiento. Sociedades que se regodean en los logros colectivos del pasado y se resisten al cambio que ellos mismos promovieron en su día, como ocurrió en España desde finales de los setenta hasta principios de los noventa, con un nuevo impulso entre 2002 y 2008, aproximadamente. No quiero que se me malinterprete cuando hablo de cambio confundiéndolo con una enmienda a la totalidad del país que se ha construido desde la muerte del dictador: en aquel momento se hizo lo que se pudo, la correlación de fuerzas era la que era y existían los riesgos de involución derivados de lo que se llamó “el ruido de sables” procedente del estamento militar, con numerosos altos cargos franquistas; y el terrorismo, que procuraba desestabilizar el proceso político de Transición a la democracia que se estaba gestando. La concordia era necesaria y fue posible. El cambio que cada vez más gente proponemos hace referencia a reconocer y corregir errores, profundizar en los aciertos y exigir las responsabilidades que sean necesarias.
Dicho esto, es ya inaplazable atender las aspiraciones de regeneración moral y democrática, de justicia social y de progreso y desarrollo económico sostenible que alberga la mayoría social española, con la generación millennial a la vanguardia, creo yo. Ni esta generación ni la anterior, la llamada generación X (la formada por las personas nacidas entre 1960 y 1980) han tenido oportunidad de hacer suya íntegramente nuestra Constitución pues no la pudieron votar, bien porque no tenían edad o bien porque ni siquiera habían nacido. La generación millennial no queremos imponer nuestra voluntad ni somos rebeldes sin causa: queremos, mejor dicho, exigimos que se nos tome en cuenta y queremos formar una alianza intergeneracional para modernizar nuestro país estableciendo sinergias entre nuestra energía, nuestra creatividad y la sabiduría que aporta la experiencia de las generaciones que nos precedieron. Ante todo, debemos tener muy presente siempre que la juventud es más un estado del alma que una cuestión biológica.
Un país moderno que merezca la pena es un país que ofrezca oportunidades reales para trabajar dignamente y para emprender con garantías, un país que combata la pobreza, que respete los derechos humanos, un país con unas instituciones abiertas y transparentes que recauden impuestos con justicia y utilicen el dinero del pueblo para proveer de servicios públicos de calidad, universales y bien gestionados. También considero que merece la pena seguir unidos, no por una esencia nacional abstracta que trascienda de la voluntad de la propia ciudadanía española, sino porque esa unidad sirve para garantizar nuestra libertad, nuestra igualdad, la solidaridad y nuestros derechos. En consecuencia, el Estado que nos merecemos debe mantener su indivisibilidad reforzar su esencia social, democrática y de Derecho, así como también dotarse de nuevos atributos: laico, feminista, federal y, como no, también republicano en su más amplia extensión.
Dicho todo esto, quiero finalizar mi disertación con los tres primeros versos de una canción de finales de los ochenta de Carly Simon titulada Let The River Run (‘Deja al río correr’):
“Let the river run,
let all the dreamers
wake the Nation”.
TRADUCCIÓN:
“Dejad que el río corra,
dejad que todos los soñadores
despierten a la Nación”.
1 comment
Dejemos a estos pensadores nuevos la esencia de ellos es tan valiosa como como la esencia que proponen para este gran país. Dejemos todo lo caduco del pensamiento político de otras épocas, abramos las puertas a esta fenomenal generación, a sus ideas y necesidades actuales.