por RUBÉN COUSO
La frustración es uno de esos estados que provoca un exceso emocional tal como para llegar a realizar acciones antes pensadas frente a una mala situación inesperada. Diversas circunstancias negativas pueden llevar a creer que el esfuerzo realizado no ha valido la pena porque no se ve recompensado. Es un momento de excitación en el que cualquier persona se ve a sí misma intentando resolver el problema al más puro estilo “Superhéroe de cine” con el final feliz; pero nada más lejos de la realidad cuando alguien se encuentra ante la administración pública.
Hay asuntos de especial relevancia social que no deberían verse afectados por la mala gestión de aquellos que nunca se hacen llamar “administradores de lo público” sino, simplemente, “gobierno”. Uno importante es la Sanidad; eso que cura enfermedades, nos mantiene con vida, nos reconforta, nos supervitamina e hipermineraliza.
La Sanidad Universal e Igualitaria, qué maravilla de la evolución sociopolítica.
Pero como paciente no importa de qué manera el personal presta esos servicios que mejoran la calidad de vida. No hay que saberlo todo, no hay que estar al tanto de todos los procesos. Los profesionales son los que saben cómo gestionar los métodos; ese es su trabajo, maravilloso y respetado trabajo; el ciudadano sólo quiere seguir con su vida.
Por eso nadie se explica la situación del servicio de Urgencias del Hospital La Paz; nadie en su “sano” juicio es capaz de imaginarse en tal mal estado de salud como para dejarse caer por ese lugar. El respeto ante un trabajador de la salud es innegable, incuestionable, indudable pero, cuando estos trabajadores tienen que salvar vidas con medios materiales de tan baja calidad y eficiencia, cualquier persona se puede llegar a plantear seguir su rutina hasta su umbral máximo de dolor.
Los trabajadores de La Paz salvan vidas en unas instalaciones donde el falso techo se rompe y cae por el desgaste del tiempo, donde cada vez que llueve las salas y pasillos se parecen al Manzanares, donde son capaces de meter a 20 pacientes en un espacio acondicionado para 6, donde las sillas de ruedas se arreglan con vendas y esparadrapo, donde nunca es posible saber de cuánto oxígeno se dispone en las bombonas portátiles, etc.
La Presidenta de la Comunidad de Madrid, Cristina Cifuentes, alaga este hospital como el mejor de España; no sabemos si la señora Cifuentes ha visitado el servicio de Urgencias últimamente, pero sí sabemos que nosotros hemos estado allí para saber cual es la situación real. Si la Presidenta supiera lo mismo que nosotros, la situación sería diferente, estamos seguros de que no lo permitiría.
Ese servicio funciona y salva vidas gracias al esfuerzo de nuestros impecables trabajadores públicos, no gracias a la ilusión; cuando la vida de una persona depende de un servicio sanitario de calidad, lo importante es la eficiencia y, por eso, el personal de La Paz debe ser 200% eficiente para compensar el estado de salud de las instalaciones.
Mientras Jesús Sánchez Martos disfruta de ser un “ilusionado consejero”, como reza en su cuenta de Twitter, el resto de los ciudadanos (pacientes, médicos, enfermeros, auxiliares, técnicos, administrativos y demás) padecen la peor de las dolencias que cualquier administración pública puede provocar, la “frustración”; la frustración de salvar vidas en pésimas condiciones, de sentir que nuestras vidas valen menos que las de otros ciudadanos, o de no sabemos cuando el paciente volverá a su normalidad vital (o si lo haremos alguna vez).
Cualquier paciente necesita seguir sintiéndose querido, respondido, cuidado, protegido; sea cual sea su dolencia.
La situación actual del Hospital La Paz y, concretamente, de su Servicio de Urgencias hace crecer la frustración de una sociedad que pide a gritos una solución al estado de lo que todos consideramos una de las bases de la garantía de protección en un estado de derecho, la Sanidad Pública.