Ella

Gacetín Madrid

por MARCOS CARRASCAL

En todas las familias hay un barrio Salamanca. Una persona que ha nacido en la inercia de la familia, como el barrio Salamanca de Madrid, y que hoy rutila con resplandor propio. En todas las familias tenemos un pegote que ha conseguido engrasar la maquinaria familiar. En mi casa, se llama María.

Yo recuerdo aquel cinco de febrero de 2004 nítidamente. Los que nacen ese día, dice la abuela de un hermano no sanguíneo, son personas muy listas. Efectivamente, la señora Maruja no se equivocó con ella. Todavía gobernaba la agonía de Aznar cuando el mundo convulso se petrificó para darle la bienvenida a la pequeña de mi familia. Creció, como todos los niños; y mutó su pueril rostro de querube por el de unas facciones de mujer. Dejó de lado el Canta-Juegos y apartó mis gustos musicales para sumergirse en Morat, Malú y… Mozart. Asimismo, con tres años, la sensibilidad artística que encierra se proyectó sobre su corazón, y emergió un extraño deseo por tocar el piano. Sus dedos bailan ágiles por las teclas, sembrando, como nunca, un melodioso hálito de armonía en la casa.

Ese pequeño proyecto de mujercita que duerme en la habitación del fondo ha regado mi hogar de tranquilidad y de ternura. Sus intervenciones durante las comidas, en debates complejísimos que desangran cerebros y campos de batallas, hacen que los argumentos recuperen la lógica natural y el sentido común. Esas caricias y esas palmadas que prodiga cuando percibe que algo va mal pero ignora su génesis hacen recobrar al penitente toda la energía necesaria. Y esas sonrisas calladas que envía a cada momento y me hacen recordar que no vago sólo y sin rumbo.

A veces, los hermanos pequeños son un incordio, fuente de obligaciones y de privaciones. Sin embargo, hoy no trocaría ni una sola de esas obligaciones o privaciones por separarme de María. La he visto crecer, cual prolongación de mi propia existencia. He sabido de sus chanzas y de sus tristezas y he sido testigo de sus éxitos y de sus fracasos. Pese al pequeño itinerario que ha recorrido su vida, aparecen súbitos socavones; y yo la imploro que, cuando éstos aparezcan, que me avise para ayudarla a saltarlos.

Me considero aficionado a la lectura y a la pintura. No obstante, entre todas las obras que han pasado por mis ojos, de un modo u otro, ella es una de mis obras predilectas. He leído su primer capítulo y sigo admirándome con los más recientes. Tal vez, porque es una miscelánea de las más impactantes creaciones que a mí me han cautivado. Pero aún queda camino, María. Ya disfrutas de esas enérgicas amistades que derrumban muros y enjugan lágrimas. Pero mañana, acaso, arribarán esos estúpidos leguleyos que pretenden destruir, sin saber que sus esfuerzos son inútiles. A la noche siguiente, tendrás esas doce pruebas de Hércules adaptadas a tu situación que habrás de superar. Pasado, podrá aparecer la persona a la que le quieras ofrecer tu tiempo y tus entrañas. Hoy, como ayer, como mañana y como pasado, yo estaré aquí. Sí, con mis aventuras en los folios, con las canciones que escuchamos cinco, con las ansias de modificar el mundo… y, sobre todo, con la fraternidad que vamos tejiendo. Y conmigo, a mi vera, estará el resto de tu familia: tus padres y tu hermana. Todos.

Ella, mi hermana, es una muchacha excepcional. No hay párrafos en este artículo que puedan hacer siquiera justicia con ella. Incluso sus defectos, escasos, la hacen estupenda e imprescindible. Ella nos ha dado a mucha gente, no sólo los que compartimos tabiques con ella, la alegría necesaria para afrontar los grises lunes o los pesados inviernos. Ella es el manifestante arrojando el ramo de flores; es la imprenta transformando ideas en papel; es Sol fundiéndose con la Luna; son los laboreos engalanados en primavera… Ella es un semblante pálido, de ojuelos traviesos, angostos y castaños, gruesos labios rojos bajo su pequeña nariz, circundados por su azabache cabellera. Ella es María. Ella es mi hermana. Y yo soy un afortunado.

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