por MARCOS CARRASCAL
Algunos pensadores antiguos equiparaban la democracia a la anarquía, protegiendo la concepción autocrática del poder. La Historia nos ha enseñado que, pese a quien le pese, como escribía Churchill, «la democracia es el sistema menos malo». Efectivamente: dentro de su imperfección, ningún otro sistema puede hacerle sombra.
La «democracia» es un concepto muy amplio. Los liberales la enarbolan para defender la libertad económica y sus consecuencias. Los socialdemócratas la alzan para acorazar sus respuestas ante la desigualdad social. Los comunistas la elevan en pro de la dictadura del proletariado, como forma más democrática frente a la dictadura burguesa. Es demócrata privatizar y, a la vez, es demócrata nacionalizar. La democracia se ha convertido en la Palabra reñida, por la que pugnan unos y otros, otros y unos.
Al calor de este vocablo, nacen las elecciones primarias de los partidos. “Algo de americanos”, que decía un dirigente político. Algo de americanos que se resbala entre las manos diestras y zurdas. En medio de las estructuras orgánicas de los partidos, emerge el justo deseo de las bases de decidir la singladura que ha de tomar su formación. No hay nada más decente que la materialización de este anhelo. Un partido que no cuenta con su militancia es un partido que ha castrado su vocación ciudadana y ha destruido los puentes con la mayoría social. Sin embargo, la democracia interna nunca puede ser sinónimo de anarquía, guerras civiles, grietas, escisiones o golpes.
Un periodista conservador hablaba del cainismo de la izquierda española. Frente a la férrea construcción de los partidos de la derecha, las izquierdas se hunden entre alaridos y explosiones. Es posible que estas últimas formaciones sean más plurales y dialogantes, pero no pueden confundir pluralidad y diálogo con enfrentamiento constante. Nadie puede hacer más daño a Podemos que Podemos, o al PSOE que el PSOE. Nadie va a sonrojar las mejillas de los del equipo de Iglesias como los de Errejón o Anticapis; y nadie sonrojará las mejillas de los del equipo de Errejón como los de Iglesias o Anticapis… E igual sucede en Ferraz con Sánchez y Díaz… y López.
A escasos días para Vistalegre II, las candidaturas que se postulan en este congreso más se asemejan a partidos antagónicos en vísperas de las elecciones generales. Uno de los ideólogos de Podemos llegó a decir que los pablistas eran “una camarilla que trataban de destruir el Partido”. Otro de los pilares y cofundador de Podemos espetaba a Errejón que “anteponía su ambición personal al proyecto”. El día de Nochebuena desfilaba el hagstag #IñigoAsiNo entre los contendientes de Errejón, azorando muchas facciones. Y una larga ringla de etcéteras que los medios no tardarán en recordar. En el PSOE ocurre algo similar. Pedro Sánchez hablaba de bandos, como si de una guerra se tratara, y desafiaba a “los del otro bando”. Susana Díaz lloraba el día del destrono de Sánchez, ente pizzas e insultos, al tiempo que su popularidad entre la derecha levitaba bruscamente, según muestra el último CIS.
La izquierda tiene que aprender a distinguir la diversidad de entregar votos a los adversarios. Las autocríticas de unos y otros deben ser contempladas por Rajoy con sumo regocijo. ¿Para qué sirven sus ataques, si ya se atacan entre ellos? Al fin y al cabo, ¿quién se acuerda de que, simultáneamente acontezca la sanguinaria batalla de Vistalegre II, el PP celebrará su congreso nacional? He escuchado de algunos analistas que todo el barullo de Podemos es una estrategia para ocupar los titulares y no menguar su influencia. Si es así, que no lo creo, han logrado el efecto inverso. Este vodevil, ciertamente titular de todos los medios, ha generado una sensación de apatía, de alejamiento y de desilusión. Como ya lo protagonizaron los socialistas: medio partido contra el otro medio, carreras por quién era más o menos socialistas, acusaciones de ser subalternos del PP o de Podemos… Y los adversarios, satisfechos.
La derecha ha suplido la casa de Guadalix particular de PSOE y Podemos por severas directrices. Pese a estos férreos brazos de los partidos, también tienen lugar mentideros palaciegos. Los compromisarios, de alguna forma, sustituyen a inscritos y militantes; pero blindan los charcos de sangre que corren por Génova o Alcalá. Escasos versos sueltos, como Cifuentes o Punset, se atreven a levantar la voz, anclados en la insignificancia. ¿Quién sabe la pugna que enfrentan a Cospedal y Sáez de Santamaría? ¿Quién conocía el enfrentamiento entre Rivera y el sector catalanista de Cañas?
Democracia, sí. Pluralidad, sí. Empoderamiento de las bases, sí. Anarquía, no. Regalar votos, nunca…
1 Actualizada:
LA BATALLA DEMOCRÁTICA, DE UN PUEBLO CANSADO DE APAÑOS » POR «ARRIBA».
Si ciertamente la batalla democrática existe , pero dentro de la legitimidad democrática,que no es otra que caminar en lo que unos creen, la democracia así es mayor porque el abanico multicolor no estropea el sentir de una sociedad, es más la construye desde el respeto a otras minorías que también tienen su representación, el modelo actual de partidos políticos en España es una buena señal de participación ciudadana en los asuntos público, Art. 23,C.E. la participación ciudadana construye democracia, porque representa los distintos enfoques e intereses a guardar por la población, también en los partidos políticos, ahora más que nunca la impresión de la realidad para hacer la libertad, es un punto de inflexión que como nunca antes está construyendo un país de voces verdaderamente democráticas, porque todas las voces son pueblo, el mejor soporte informático de estos tiempos. Salud a todos…..