por YAGO CAMPOS
En esta ocasión, me voy a permitir la licencia de titular esta entrada de la misma manera que lo está el libro sobre el que quiero escribiros. “El Hambre”, de Martin Caparrós, es un ensayo intenso y humano sobre la situación límite de millones de personas en el mundo. Aunque su primera edición es de principios del 2015, me topé con él cuando buscaba al azar alguna buena lectura en la biblioteca de José Hierro, en Usera.
Casualidad o no, he terminado de leerlo justo en estos días de grandes comidas y despilfarros (aunque en verdad solo son grandes comidas y grandes despilfarros para unos pocos, entre los que me incluyo) “El Hambre” es una historia de personas a las que si les preguntas qué pediría si pudiera tener un deseo te responde “una vaca”, como esperanza de un futuro mejor. Que no te entienden si les pides que te digan cuál es su comida favorita. Que el sistema está pensado para que siempre haya gente pasando hambre. Que las grandes cifras llegan a ser contraproducentes para darnos cuentas de la magnitud del problema.
“El Hambre” nos hace darnos cuentas de las grandes paradojas (aunque en realidad no sean tales) como que, cuanta más renta se tiene, menos porcentaje de la misma se destina a comprar comida. Por ejemplo, una persona acomodada de un país rico invierte menos del 10% de sus ingresos en comida. Una persona del Otro Mundo (como los denomina Martín Caparrós) en torno al 50-80%. Es decir, que vivimos en un mundo en el cual el que tiene poco (poquísimo) se lo gasta casi exclusivamente en comida para acabar pasando hambre.
“El Hambre” es una historia que habla de comida, pero te deja un nudo en el estómago. Una historia que hace que te des cuenta de que el hambre no lo provoca la pobreza, sino la riqueza injustamente repartida.