por PEDRO MOLINA
Comienzo este nuevo artículo para Gacetín Madrid manifestando mi alegría y mi agradecimiento por volver a publicar tras casi tres meses en los que me ha resultado imposible por mis obligaciones. He redactado este artículo, titulado Arquitectura constitucional republicana para una España mejor, por las siguientes razones: en primer lugar, porque este debate está en la calle, en los medios y en las tribunas: ¡qué mejor fecha para contribuir a este debate que la de hoy, que conmemoramos el XXXVIII aniversario de la ratificación por vía de referéndum de la Constitución Española vigente!
En segundo lugar, quiero tratar este tema porque soy un ciudadano inquieto cívicamente que considera que España es un proyecto de convivencia que merece la pena conservar porque existen múltiples lazos, afectos, vínculos… En definitiva, un sentimiento colectivo sólido de pertenencia a una comunidad determinada con una Historia, una cultura y unos objetivos similares. Dicho sentimiento de pertenencia comunitaria se traduce en una voluntad mayoritaria en la ciudadanía española de seguir conviviendo juntos como compatriotas, que es lo verdaderamente importante; no obstante, para que esa convivencia sea plenamente armoniosa, hay que construir una España mejor y, cuando digo mejor, me refiero a una España más justa, democrática, respetuosa con los derechos humanos y avanzada socioeconómicamente. Me precio, por ello, de ser un patriota en el mejor sentido del término, es decir, alguien que desea un país abierto y acogedor en el que se viva bien, con libertad y oportunidades, sin miedo de ninguna clase; un país avanzado social, política, económica y culturalmente. Hablar de esencias, de pasados imperiales o exacerbar la existencia de un genio nacional propio y trascendental (llámese etnia, lengua o destino histórico), sinceramente, no me interesa: nuestra Historia, nuestras manifestaciones culturales, nuestras lenguas y nuestras costumbres están para enriquecernos personalmente y como pueblo pero no para dividir, segregar, discriminar, imponer o excluir(se).
Como se desprende del título de este discurso, desde mi punto de vista, uno de los asuntos que hay que abordar a la hora de mejorar España es el de qué hacer con nuestra Constitución: ¿La reformamos? ¿La dejamos como está? ¿Le damos una patada? Mi tesis es que hay que reformarla en profundidad, respetando escrupulosamente, como no podría ser de otra forma, los mecanismos de reforma vigentes; sin tabúes, pero respetando su estructura y dos de sus tres núcleos, y me explico: la Constitución Española de 1978 se asienta sobre tres pilares nucleares, a saber: que España es una nación soberana e indivisible y que esa soberanía es compatible con la autonomía política de las nacionalidades y regiones que la forman; que la Nación española se instituye como Estado social y democrático de Derecho; y que la forma política de dicho Estado es la monarquía parlamentaria. Yo planteo cambiar uno de sus núcleos y reforzar los otros dos. Mi idea es la siguiente:
- En primer lugar, España debe continuar siendo una nación soberana e indivisible al tiempo que se avance hacia una organización federal del Estado que mejore la autonomía política de las unidades que la integran y los mecanismos de coordinación, cooperación y colaboración entre el Estado central y las Comunidades Autónomas (principio de lealtad federal). Además, en el plano simbólico, se debe reconocer el carácter nacional de aquellas comunidades autónomas que así lo deseen sin negar el de España. En otras palabras, aquello que se ha venido en llamar nación de naciones.
- En segundo lugar, los atributos del Estado han de ser reforzados, ampliando y adaptando a nuestros días el catálogo de derechos y garantías, exigiendo los deberes de forma más justa y eficiente y regenerando nuestro sistema democrático y, en general, todo nuestro esquema institucional.
- En tercero y último lugar, deseo que España sea una República, porque la persona que ostente la jefatura del Estado debe representar los mejores valores y aspiraciones de su país, lo que, a mi juicio, se consigue mejor si el Estado es republicano en lugar de una monarquía: la máxima instancia del país debe ser un reflejo fiel del mismo y gozar de legitimación democrática. Con ello no pretendo en absoluto socavar la legitimidad constitucional de Felipe VI, quiero dejar esto muy claro; tan solo afirmo que soy más partidario de la forma republicana de Estado.
Concluyo este artículo argumentando que hace falta mucho republicanismo en nuestro país. Empecemos por la Constitución, lo cual no significa en absoluto limitarse al carácter electivo de la jefatura del Estado: construir República es preocuparse por lo público, pues no en vano república procede etimológicamente de la expresión latina res publica, que significa ‘cosa o asunto público’. Republicanismo es fortalecer la separación de poderes y la independencia y profesionalidad de la Administración Pública, poner coto a los poderes no electos (lobbies, banca, patronal, Iglesia…), empoderar a la sociedad civil recuperando y ampliando derechos, implementando protocolos de rendición de cuentas por parte de los poderes públicos (oficinas parlamentarias de atención a la ciudadanía, regulación de los debates públicos, etc.) y abriendo nuevos canales de participación ciudadana (facilitar la iniciativa legislativa popular, abrir también a la ciudadanía los recursos de inconstitucionalidad, las iniciativas de reforma estatutaria y constitucional, la convocatoria de referéndums…).