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Opinión: El Feminismo no es esclavitud

Gacetín Madrid 28 agosto, 2016
28 agosto, 2016
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por AIDA DOS SANTOS

<<“Parece que el movimiento feminista está articulado por fin, que tienen claros sus objetivos de emancipación de la mujer, y parece que de una vez por todas han visto en el sistema capitalista y en la articulación del patriarcado su enemigo de clase y de género” Pues vamos a joderles el buen rollito.

Vamos a empezar a dividir a las feministas! vamos a hacer cuña en los feminismos, vamos a poner sobre la mesa el alquiler de vientres, la explotación sexual, la religión, la orientación del deseo, el lesbianismo, la desigualdad salarial, la feminización de la pobreza, la esperanza de vida, el servicio militar, los concursos de belleza, la custodia compartida, las denuncias falsas, el aborto, el feminismo de dos velocidades, “la mujer de la limpieza”, la baja por maternidad, la talla 36-38, las princesas, el príncipe azul, el-pene-con-vida-propia; vamos a hacer de 50 sombras un Best Seller, y así todas las mujeres querrán pulseras de platino y un cuarto de tortura en casa (también deben aceptar las de plata tibetana, ya sabéis, por eso del feminismo de dos velocidades). Y vamos, nosotros, los hombres blancos, los hombres heterosexuales, los hombres ricos, los privilegiados, vamos a hacernos feministas, vamos a defender a las mujeres que libremente se arrodillan ante un bukake frente a cuatro ángulos de cámara full hd, vamos a aplaudir a las trabajadoras sexuales del polígono Marconi que voluntariamente han entregado su pasaporte al proxenta, vamos a pedir nuestros niños por encargo a las universitarias que libremente deciden pagar así sus caras carreras universitarias, vamos a convencer a las futuras generaciones de que arrimar el-pene-con-vida-propia y susurrar a una desconocida en el metro “que bien te sienta el negro” es un piropo que libremente y con una sonrisa deben acoger. Vamos a cuestionar a las víctimas, vamos a preguntar como vestian, porque iban solas, porque no corrieron, o porque no estaban en casa con su padre o su marido aquella noche la supuesta violación.

Vamos a hacer bandera de los eslóganes feministas, vamos a decirles a nuestras hijas que “mujer bonita es la que lucha”, porque han nacido para ser bonitas, para gustar, para complacer, para ser agradables, para ser amables, para gustar a los hombres (por dios, que mi niña no quiera gustar a ninguna otra mujer), vamos a enseñarlas a cocinar y a ser pacientes para tener un buen marido, y vamos a llamarnos feministas aunque no tengamos ni idea de cómo programar la lavadora.>>

El privilegiado, el que siempre ha sentido que su pene-con-vida-propia decidía el curso de la historia se ve amenazado y necesita de las mujeres y de nuestra lucha feminista para revertir nuestros logros. La polémica del burkini es un instrumento más de la crisis que acontece el status quo heterosexista -normativo- y patriarcal.

Los feminismos defienden que el cuerpo de la mujer, que el cuerpo femenino, no es un objeto sexual, que no tenemos que sentirnos culpables de gustar o no gustar, que nuestro cuerpo no provoca nada, que el problema está en los ojos del que mira, en las manos del que abusa. Que nuestro cuerpo es nuestro, solo nuestro, tal y como es, es perfecto.

Entender que la mujer musulmana que se cubre de cejas a tobillo es libre es tan solo un tópico más de la cuña patriarcal y heterosexista que amenaza a los feminismos. Patriarcal porque no se pone sobre la mesa que el hombre musulmán deba cubrirse en público, que el hombre musulmán ofenda a su mujer, a su madre o a su hija por afeitarse la barba o por vestir bermudas. Patriarcal porque impone a la mujer, solo a la mujer y solo a la hija, la obligación de preservar el buen nombre de la familia haciéndole olvidar al mundo que ha tenido la desgracia de ser una mujer, de nacer en un cuerpo de mujer que es menos puro, menos bueno y más amargo que el cuerpo de un hombre. Debe hacerse invisible al resto de hombres, disimular que es mujer, que tiene unos atributos femeninos provocadores de deseos sexuales, porque solo debe gustarle a su marido, como si fuese cuestión de apretar un botón elegir cuando gustar y a quién, y ese botón, como el patriarcado no lo ha inventado (de momento), se cosen burkas, se diseñan pañuelos de colores para que sean libres de taparse el pelo, se las rocía de ácido, se las casa a los 14 años con su violador, se las vende, se las rapa el pelo, se las venda el pecho y los pies, se las niega el acceso a la educación, y ahora se confeccionan burkinies y se venden por internet, porque el patriarcado, si algo es, es capitalista, si algo quiere, es la globalización de sus valores. Es el patriarcado interclasista y univeral el que impone el velo, el burka y el burkini, el que deja que decenas de niñas ardan en el incendio de su escuela antes de permitir que llevarán el pecado de sus cuerpos a los ojos de los bomberos.

Es heterosexista y machista porque se basa en la criminalización de la mujer ante los abusos que contra su cuerpo se cometen, se las convence del amor romántico y bondadoso entre un hombre y una mujer para que dejen de ser cuanto antes una carga familiar. La mujer es entendida como aquello que da nombre a un cuerpo del que es lícito abusar, como aquel cuerpo hecho por y para la satisfacción del deseo masculino, un cuerpo de delito, un cuerpo de pecado, un alma impura. Pero un cuerpo, al fin y al cabo, un objeto que tiene dueño, que solo puede ser sometido a un hombre si quiere ser un cuerpo respetado, es decir, que la buena mujer que se respeta es aquella que se somete a un solo hombre hasta el fin de sus días. La buena mujer es la mujer sometida a un hombre, propiedad de un hombre. Y sometida hasta el punto o desde el punto foucaltiano de disciplina, de normalización e interiorización del discurso de sometimiento. Sometida porque ella ha elegido someterse, así que como lo ha elegido es una feminista de verdad, una igualitarsita que no está loca como las feminazis que no se depilan para hacer topless en la playa.

El Estado es esa construcción moderna que monopoliza la violencia y prohíbe que vistamos burkini en Francia porque cuatro entendidos derechistas, xenófobos y machistas privilegiados relacionan llevar burkini con poner bombas… pero no relacionan poner bombas con coartar libertades. El islamismo radical y violento del Estado Islámico es anti feminista, y les encanta poner en el punto de mira el cuerpo impuro de la mujer, dueña del pecado original, para que sienta que está siendo observada, por ellos al decirle que es libre de tomar el sol en burkini, y por los gendarmes que le pedirán que sea una mujer más en bikini en la costa azul, como si, libre y voluntariamente, por supuesto, estuviese en el Panóptico. No olvidemos que en España nuestras bisabuelas no podían salir de casa sin velo, y han sido muchas las luchas paa dejar atrás la imagen de Doña Rogelia, como para que ahora, al ese oscuro pasado lo llamen libertad.

Y el feminismo observa desde dos frentes la polémica, observa como el hombre privilegiado viste y desviste a la mujer. Cuestiona la xenofobia que se esconde tras una medida contra la diferenciación de las mujeres musulmanas del resto de las mujeres de la República, ¿Qué está pasando en Francia para que las mujeres musulmanas no se sientan ciudadanas libres en las calles? ¿Qué está pasando para que las mujeres musulmanas sean antes que nada musulmanas en las calles de Francia, en las playas de Francia, quieran diferenciarse del resto de mujeres que viven en las calles galas por cuestiones religiosas? Esas son las preguntas que los feminismos deben hacerse.

Necesitamos un feminismo que nos de las respuestas para emanciparnos del patriarcado que nos da la libertad para elegir ser esclavas del sistema heterosexista. Un feminismo para combatir la falsa libertad con la que elegimos lo injusto. Porque eso no es libertad. La denuncia, la lucha feminista, el apoyo a nuestras camaradas sometidas en cualquier parte del mundo no parte de la diferenciación del origen étnico o de clase, nuestra lucha es contra el más cruel y despiadado sometimiento humano, que es el que ejerce el hombre sobre la mujer (que puede estar antes o después de la lucha de clase).

En aquella clase, religión, étnia o nación donde la mujer esté sometida al patriarcado y al heterosexismo, ahí habrá machismo, y ahí será necesario un feminismo combativo que luche por empoderar a la mujer, para que libremente acceda a vestirse y desvestirse, a librarse del pecado original y de la culpa de haber nacido en un cuerpo femenino, en un cuerpo de mujer.

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