por MARCOS CARRASCAL
En España, la película de moda “A la segunda va la vencida (o no)” se ha convertido en un fenómeno de masas. A no pocos les recuerda a la anterior entrega: “Los cuatro tronos de Narnia”. Sin embargo, España ha de continuar con su ritmo de vida.
Los focos están puestos en ellos. Los titulares con los que nos despiertan los rotativos albergan sus nombres. La vida parece girar en torno a ellos. Son necesarios, pero no imprescindibles.
Es una pena que su sombra sea tan alargada que no podamos columbrar a los que realmente necesitan de su ayuda. Todavía hay familias en desempleo, sin prestación social alguna y con los añicos de los sueños rotos sobre la mesa. Ellos no son los protagonistas de las soporíferas homilías parlamentarias. Ellos son, simplemente, un número.
Se habla de ellos en forma de sustantivo colectivo. Mientras, individualmente, ellos se siguen ahogando en ese piélago que se transformó en necrópolis. Tratan de huir de las guerras y del hambre, forajidamente. Y se encuentran con el nihil.
Los miramos con pena cuando salimos a la calle, yaciendo en posición mendicante a la vera de una gran superficie o una iglesia. No obstante, ellos, más que pena, necesitan soluciones. Éstas solamente pueden nacer de la compasión y de la altura humana. Y no pocos ciudadanos anónimos, cuyos nombres no bautizarán ninguna calle, salen a amparar al hambriento y a vestir al desnudo.
En los tiempos en los que las fronteras han muerto, otros muros se han levantado con sumo vigor. Miles de vecinos nuestros sufrirán la canícula en la soledad cenobita de los que han abandonado a sus familiares. Un mar, un océano o aduanas les separan de su gente. De igual forma, en otros lugares distintos a los íberos, muchos de los que otrora partieron por beca “Erasmus”, en el jolgorio de la novedad, ahora lo hacen resignados y cabizbajos, en busca de trabajo.
La concienciación parece haber anegado Europa. Empero, ni el 0,7 se respeta. Millones de países mueren encarcelados por el hambre, las epidemias, la guerra y la escasa higiene. Sonríen, y parecen conformarse con minucias. En realidad, subrepticiamente, imploran atención y una caña con la que pescar peces.
Los pobres siguen siendo pobres. Los cuatro evangelistas de nuestra España no han conseguido solventar esta gran preocupación. Sé que ellos no me darán el paraíso; y tampoco se lo he pedido. Únicamente quiero justicia. Sin justicia, no habrá paz. Y sin paz, habrá tensiones y terror.
Sé que mucha gente, más de las que nos creemos, están logrando hacer fértil la yerma tierra en la que pastan los parias del mundo. Así pues, a los que pueden dar el impulso definitivo, hemos de exigir: “es el momento”.