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‘Más reformas, menos sindicatos’, por Ysabel Sanz Orozco

Gacetín Madrid

por Ysabel Sanz Orozco

Nunca han sido santo de mi devoción los sindicatos, y desde que empecé a cotizar, hace ya unos años, menos. La crisis del COVID-19 ha sacado a la palestra la incompetencia y las pocas virtudes de las organizaciones sindicales que de manera general se han dedicado a la nada en este tiempo sin precedentes, – y perdonen el atrevimiento pero he estado trabajando desde que empezó el confinamiento hasta ahora en mi puesto físico de trabajo y a los sindicalistas de mi empresa sólo les he visto cuándo venían a que el supervisor les firmase las horas sindicales- bueno no, miento; ahora juegan a convocar una huelga a la Presidenta de la CAM una semana y media antes de que empiece el cole, sólo a ella. Quizá es que en Asturias, Castilla La Mancha o mismamente en Cataluña dentro de la vuelta hay un plan estupendamente definido o es que los casos de contagio son casi inexistentes.

Ahora resulta que Vox ha decidido aprovechar -una vez más- la tormenta para asomar la cabeza, y en este caso, confundir la virtud de la política con la demagogia más absoluta, acercándose más a Le Pen y su Frente Nacional que a un partido moderno, europeizado y que funde sus raíces en el respeto absoluto hacia la libertad e independencia individual.

Hace unas semanas El Mundo entrevistó al académico Ángel Rivero que señalaba no sólo la tónica general de la izquierda sobre una clara tendencia autoritaria, sino también parte de la derecha más conservadora. ¿En qué punto se ha quedado el conservadurismo, y por qué no volvemos al Maurismo? Antonio Maura ya lo dijo, y yo suscribo sus palabras, letra a letra “la libertad se ha hecho conservadora”. Es fundamental, o mí así me lo parece, no confundir conservadurismo con ser reaccionario, y la derecha con el nacionalsocialismo. Ni son lo mismo, ni se parecen.

Siempre he intentado tratar de adultos a los adultos y a los niños como niños, pero en este infatigable momento, ya no sé si los adultos han pasado a ser niños, y viceversa. Vox apela a la España que madruga, al trabajador, al obrero, ese lema de la Francia de Vichy “trabajo, familia y patria”; intenta expandirse a un terreno que ya en las elecciones andaluzas consiguió con una línea chovinista, y ahora con el nuevo sindicato Solidaridad y su discurso se transforma en una especie de pulpo que intenta captar el descontento que en su momento atrajo Podemos. No son nuevos, las políticas son las mismas y el discurso, parecido.

El objetivo que me lleva a escribir estas líneas no pretende convencer ni persuadir al lector de lo perjudicial que podría llegar a ser un sindicato como tal por las innumerables razones por las cuales puede imaginar, sino que además, dependiera directamente de un partido político.

Creo fervientemente en el individuo como ser independiente apto para dirigir su vida como considere, pero también en la comunidad como colectivo adulto capaz de afrontar los retos que puedan llegar. Es por esta misma razón que pienso que los partidos políticos y en concreto, el partido mayoritario de centro-derecha debe dar una respuesta a la altura de las exigencias de esta España que pide menos estridencias y más sentido común. Partido capaz de atender las necesidades diarias de una España rota en una crisis profunda que el Gobierno actual es incapaz de recomponer.

Las reformas estructurales, traducidas en políticas públicas que se planteen deben dar respuestas certeras a un futuro incierto, cambios que materialicen las necesidades que cualquier trabajador, autónomo o familia demande. Hacer la revolución, sí, pero desde arriba. Que las reformas sean el motivo de llevarnos a un país donde las necesidades se afronten colectivamente, de forma adulta y sin sindicatos partidistas mediante.

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