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La noche

Gacetín Madrid

por MARCOS CARRASCAL

La noche ha adoptado siempre un rol enigmático. En los tiempos antiguos, era el escenario de las actividades prohibidas: conspiraciones, aquelarres, enterramientos en catacumbas… Tamaño misterio despertó la oscuridad noctívaga que tejió mitos como el de los vampiros, que despiertan cuando el Sol fenece. Las noches son el reino de los jóvenes, vampiros sin ansias de morder. Después de soportar al gobierno solar, cuando se mancha el cielo, el reducto juvenil brota, aun con los aguerridos guardias del reino solar.

No obstante, Madrid, en las últimas semanas, ha roto la barrera entre los reinos. Como el pueblo de Israel vagando por el desierto, los matritenses erramos durante el mando canicular para llegar a ese oasis de aire que significan las noches veraniegas —o pre-veraniegas—. El reino de la noche, el de los vampiros y los seres nocturnos, arrebata al día su protagonismo.

La Península Ibérica está sufriendo una ola de calor muy fuerte, según los meteorólogos. No obstante, la noche es el remanso veraniego madrileño. Es el Madrid vacío, desierto —y despierto—, que respira luego de congestionarse. La noche es el escenario de poesía: de besos adolescentes furtivos, de litronas mezcladas con filosofía, de cenas inusuales e imprevistas, de descanso tras cumplir las penitencias académicas del Plan Bolonia… La noche en el Madrid del verano es belleza.

Es de noche. El aire acondicionado por fin duerme, recabando energía para soplar al día siguiente. Los ángeles y brujas que surcan la cerúlea manta exhalan el céfiro que permite que nazca la vida. Y mis ojos se disponen a escudriñar los esconces de Madrid (todo lo que se va a describir es real):

    • Una banda de mariachis mexicanos flanquea y dota de música la petición de matrimonio de un joven a su pareja, rodeados por una veintena de curiosos.
    • Un señor que no cumplirá cincuenta años pasea, a la vera de una joven de veinte años. El parecido entre ambos es asombroso. El padre, esbozando un semblante tierno, escucha a su vástago, que describe atropelladamente el estadio en el que se halla su grupo de amigos.
  • Dos púberes caminan por la ribera del río Manzanares, conversando vagamente. Sus manos se rozan; pero, como si éstas ardieran, se despegan acto seguido. Pese al agradable viento que expele el río, el sudor envuelve sus frentes.
  • Un anciano, auxiliado por su andador, pasea por la calle Vallejo Nájera. Pese al cansancio, sus labios trazan una sonrisa radiante y satisfecha. Descansa e inhala el aire de la noche, antes de continuar con su periplo.
  • En una terraza, cuatro amigos se disponen a engullir la cena. Mientras, conversan animadamente, deseosos de que la noche no finalice y de que los relojes frenen sus manillas. Se esparcen cientos de planes, de sueños y de secretos. Sin embargo, la compañía da sentido a todo el andamio que sus lenguas están construyendo.
  • En un local sito en Raimundo Lulio, varios trabajadores sacrifican su descanso para estar junto a los que no tienen descanso para proveerles de cariño y de recursos para afrontar el fuego que el agua no logrará mitigar. Las caras empapadas son capaces de cincelar un mohín alegre, acaso feliz.
  • Una perra negra corre libérrima por el parque. No sabe qué sucede, pero advierte que en su casa se respira una mayor libertad. Veloz, retorna a su dueña con un palo entre sus fauces. Acto seguido, al reparar en la presencia de otro can marrón, se dirige a su encuentro, a jugar.
  • Y nosotros, prometiéndonos lealtad sin mariachis, descargamos las palabras que encierran nuestras entrañas, como la hija que se sincera con su progenitor. Nos miramos de reojo, como esos adolescentes; y descubro tu brazo, con el que me apoyo cuando caigo, como si fuera el andador. Luego, con un gazpacho y sardinas, merced a mis padres, proyectamos el futuro, como esos cuatro evangelistas que redactaban su buena nueva. Entre nuestros capítulos, nos esforzamos para tratar de escribir sin mirarnos a nosotros, como esos voluntarios de Raimundo Lulio. En todo momento, la libertad late al compás de las sístoles y diástoles.

Nosotros somos la noche veraniega de Madrid.

Y tú, ¿eres la noche veraniega de Madrid?

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