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Opinión: Prolongación de una opresión

Gacetín Madrid
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por MARCOS CARRASCAL

Intelectuales a la violeta y algunas formaciones advierten que la gestación subrogada es sinónimo de progresismo. Esta afirmación sólo es comprensible en una cascada de mercantilización, en la que el cuerpo de la mujer es tomado cual objeto y comercializado.

El lenguaje es un arma letal. Y esto lo saben estos presuntos progresistas. La gestación subrogada esconde su verdadera definición: «Vientre de alquiler». Sin embargo, no son pocas las celebridades que ya disfrutan de un retoño fruto de este mecanismo. Aunque se intente colorear con inocencia o ingenuidad, estamos hablando de un crimen atroz contra la igualdad, tanto sexual como económica. Pese a los constantes revestimientos de trovas románticas, el rostro de esta barbaridad es una muchacha de dieciocho años ahogada en lágrimas.

El vientre de alquiler es la culminación de un proceso de subordinación de una clase empobrecida a otra enriquecida. Se contrata —¡se alquila!— una parte del cuerpo de una mujer —¡una parte de ella!—, como en un boceto de desmembramiento, y se le marca una ristra de hábitos y de imposiciones, como la de no arrepentirse de parir. Asimismo, las gestantes suelen ser mujeres que padecen riesgos económicos. Como se puede apreciar, este proceso —que no técnica— prolonga una opresión.

Según el Partido Feminista, hoy parte de la federación de IU, el vientre de alquiler convierte el cuerpo de la mujer en una mercancía, y por tanto es una forma de prostitución (Diario Público, 9-10-2015). Evidentemente, el vientre de alquiler se inscribe en una vertiente del heteropatriarcado que banaliza a la mujer y profundiza en las diferencias sociales.

El vientre de alquiler es un saco roto en el que caben todas esas sufragistas y esas luchadoras que combatían por la igualdad de sexos. El vientre de alquiler son esos añicos de años de cautiverio, de conquistas sociales, de una generación que quiso dejar de vagar en la nimiedad para convertir el futuro en belleza para sus hijas. El vientre de alquiler es la victoria del mercadeo más rancio que hay.

La génesis de este problema emana de qué es la paternidad/maternidad: ¿un derecho?, ¿un presente?, ¿…? Y sobre todo: ¿hasta qué punto la paternidad/maternidad puede arrollar los derechos de un/a tercero/a? La medida más radical que puede haber, sin olvidar otras necesarias, es la de aprender a ser feliz por uno mismo y no por un futurible vástago.

Sólo habrá conato de decencia en el proceso del vientre de alquiler cuando la palabra «desigualdad» se haya borrado de todos los diccionarios, y la palabra «libertad» vertebre la decisión de las mujeres que se presten a dicho proceso. Y aún rutila, quizás, incluso, con más fuerza cada vez.

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