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El arzobispo de Madrid a los sacerdotes: «Nunca colaboréis en la crítica despiadada y mentirosa hacia la Iglesia»

Gacetín Madrid

La catedral de Santa María la Real de la Almudena ha acogido en la mañana de este Martes Santo la celebración de la Misa Crismal, que ha estado presidida por el arzobispo de Madrid, cardenal Carlos Osoro, y en la que han concelebrado más de 500 sacerdotes de la diócesis de Madrid. Una Eucaristía especial para ellos, en la que han renovado sus promesas sacerdotales y han manifestado su comunión con su obispo.

En la celebración han participado el arzobispo emérito de Madrid, cardenal Antonio María Rouco Varela; los obispos auxiliares José Cono, Jesús Vidal y Juan Antonio Martínez Camino, SJ, y el obispo emérito de Carora (Venezuela), Luis Tineo. Durante la homilía, el cardenal Osoro ha propuesto a los sacerdotes «vivir desde la lógica de la fe y no de la milagrería». En este sentido, les ha recordado que «el mundo necesita ver […] de manera especial en los sacerdotes, profetas, es decir, hombres valientes, perseverantes».

En este mundo, les ha pedido, «no entremos en la cultura que predomina hoy, la de la apariencia», porque «nosotros no estamos diseñados para ser ceniza», sino que hay que «volver a las raíces de nuestra vida sacerdotal», a lo esencial, a redescubrir la ruta de la vida, la ruta del ministerio.

«Lo esencial es, en primer lugar, la oración, que no es una cosa más porque somos presencia de Jesucristo en medio de los hombres». En esa intimidad con el Señor «se refuerza el deseo de seguirlo, saliendo de laberintos y caminos equivocados, no defendiendo lo indefendible». «Somos –ha recordado– un mismo presbiterio para vivir según Jesucristo».

«Después, la caridad, mostrando el amor de Dios al prójimo, que son todos los hombres, quienes creen y quienes no», y en especial los pobres». Y, en tercer lugar, «la penitencia», que es «el ayuno de nosotros mismos». «Eliminemos de nuestra vida todo lo que anestesia el corazón sacerdotal», ha aseverado.

El purpurado ha fijado la mirada del sacerdote en el Crucificado: «Ha de ser Jesús en la cruz la brújula de nuestra vida». En la cruz, ha explicado, «se descubre dónde está el corazón de Cristo y descubrimos también dónde debe estar nuestro corazón».

Desde la cruz, ha afirmado, se entiende también el servicio. «Sed hermanos en el servicio –ha pedido a los presbíteros–, no lo seáis en la ambición, en el dominio al otro». Y ha advertido: «Nunca colaboréis en la crítica despiadada y mentirosa hacia la Iglesia y hacia quienes la sirven». El gran servicio, ha resumido, es «ser constructores de fraternidad».

Durante la Eucaristía, el arzobispo ha bendecido los óleos de los catecúmenos pidiendo para ellos, tal y como indica la liturgia, «aumentar la valentía en el combate de la fe». También el de los enfermos, para que con este aceite «sientan en el cuerpo y en el alma» la «divina protección» de Dios y «experimenten alivio en sus enfermedades y dolores».

Además, ha consagrado el óleo para el santo crisma, con el que se ungen los nuevos bautizados, los confirmandos, las manos de los nuevos presbíteros, la cabeza de los nuevos obispos y los altares de las iglesias en su dedicación. Es un aceite mezclado con perfume de nardo sobre el que el arzobispo de Madrid ha soplado –signo de la presencia del Espíritu Santo, insuflando su aliento–. Así, el ungido con el santo crisma es signo del buen olor de Cristo y de la nueva vida en el Espíritu.

Los presbíteros se han sumado al obispo en la consagración del santo crisma extendiendo una mano, manifestando la unidad en el mismo sacerdocio de Cristo, y han renovado además sus promesas sacerdotales. Lo han hecho ante sus hermanos en el sacerdocio, pero también ante los laicos presente en la catedral, que recupera el pulso de asistencia de fieles. «El pueblo ha orado por los sacerdotes, para que sean ministros fieles y los conduzcan a Cristo, y también por el obispo, para que sea fiel al ministerio apostólico» e imagen de Cristo Buen Pastor.

«Precisamente la Iglesia invita de manera especial a los laicos a participar en esta celebración solemne». Uno de ellos ha sido Julio, que ha acudido con sus dos hijos, Rodrigo (9 años) y Carmen (5 años), invitados por un sacerdote de la parroquia San Juan de la Cruz amigo suyo. «Hoy es mi santo, y este sacerdote me dijo que para celebrarlo, qué mejor que en Misa, pero que tenía que venir a una especial en la catedral», y les estuvo explicando en qué consistía.

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