El Castillo de la Alameda de Barajas se transforma en un gran iceberg de luz

Gacetín Madrid

El Ayuntamiento de Madrid, a través del Área de Cultura, Turismo y Deporte, apuesta por extender el festival internacional de luz, LuzMadrid, a un distrito diferente de la capital. Por ello, en esta primera entrega, amplía su radio de acción a Barajas, donde, a partir del jueves 28 (un día antes que el resto del festival, que se celebra los días 29, 30 y 31 de octubre), se podrá disfrutar de dos intervenciones artísticas de luz que transformarán el Castillo de la Alameda y la plaza del Mercurio del distrito.

Gracias a la obra del estudio de arte multimedia Eyesberg, dirigido por José Valiña, el Castillo de la Alameda se transformará en un iceberg de enormes dimensiones. 1.5 grados es el título de la obra inmersiva que transmitirá la hermosura de los icebergs, mientras invita a reflexionar sobre su esencial importancia en el planeta.

1.5 grados es la temperatura que nos separa de catástrofes climáticas mundiales, entre ellas la desaparición de los glaciares, vitales para la estabilidad de la vida en la tierra. Mediante grabaciones de hielo interactuando con proyecciones, láseres y leds mezclados con efectos digitales, esta instalación transformará el Castillo de la Alameda en un gran iceberg de luz y música para destacar la belleza de estos colosos. El riesgo de su desaparición es la llamada de socorro que todos debemos escuchar: nuestra única esperanza es reducir las emisiones de CO2 que provocan el calentamiento.

Una experiencia colectiva en la plaza del Mercurio

El estudio de diseño visual francés Chevalvert, cofundado por Patrick Paleta y Stéphane Buellet, lleva a cabo una intervención lumínica en la plaza del Mercurio que metamorfosea el fenómeno fisiológico individual del latido en una experiencia colectiva. Rythmus es el título de una pieza en la que estos artistas plantean una experiencia colectiva entre dos asistentes protagonistas, una estructura orgánica, el público y el espacio circundante.

En Rythmus, la mano y, por extensión, el cuerpo, son el medio para conectar a los participantes con su ritmo biológico y con la escultura orbicular que constituye la pieza: una instalación que materializa en imágenes el latido del corazón de dos personas conectadas, cara a cara, a una red circular de tótems de luz interactivos. Estos toman vida, se desarrollan y evolucionan en conexión con las concordancias y diferencias de un fenómeno tan vital e íntimo como es el ritmo cardíaco de los participantes.

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