Carta abierta a los fundamentalistas: la población LGTBI+ ante el terrorismo yihadista y la radicalización fundamentalista

Gacetín Madrid

por Paco Ramírez, Presidente de COLEGAS-Confederación LGBT Española.

La población LGBTI+ está siendo una víctima propicia e insistente de los ataques reiterados por parte del terrorismo, la radicalización y la manipulación fundamentalista yihadista.

El presunto y fallido intento de atentado yihadista por parte de Abdelouahab Taib en la Comisaría de Mossos d’Esquadra de Cornellá (Barcelona), que fue abatido portando un gran cuchillo ha generado desconcierto y desinformación. A ello han contribuido las declaraciones de su mujer aduciendo que le había confesado que era homosexual, y que su amargo arrepentimiento y las presiones de la comunidad islámica lo empujaban a cometer suicidio. Sin duda la homofobia internalizada y no asumida provoca muchas víctimas por el camino, además de los propios individuos, y si el entorno es explosivo, la explosión provocada es de magnitudes inusitadas.

Ya nos encontramos con un caso similar con la masacre de la discoteca Pulse de Orlando (Florida) hace 2 años que dejó 50 muertos y 53 heridos. También el perpretador fue presentado como “gay arrepentido”, y no por ello el Estado Islámico dejó de reclamar para sí el brutal atentado.

Se trataba entonces del ataque con disparos más grave de la historia de Estados Unidos, y también del mayor asesinato colectivo de la comunidad LGBTI+ en el mundo, tras el exterminio nazi. Sin duda la población LGBTI+ está siendo uno de los principales blancos por parte del yihadismo radical. Y no hace mucho el mismo Estado Islámico provocó uno de los mayores ‘gaycidios’ de la historia ante la inacción, la confusión y el lamento vacío de Occidente por una parte, y la impotencia y el dolor por parte de la comunidad LGBTI+ por otro.

Ahora cuando se han quedado sin apenas territorios y madrigueras en Oriente Medio pretenden exportar esa barbarie hacia Europa y otros países occidentales, usando no sólo los guerrilleros occidentales que ahora retornan a sus lugares, sino también manipulando y radicalizando a jóvenes (y no tan jóvenes) con la esperanza de que su inmolación religiosa salvará sus almas y borrará la ‘mancha’ de su familia y la comunidad islámica, así como de todo pecado ‘provocado por el estilo de vida occidental’ (ya sea sexo, juego, beber alcohol, o incluso ser homosexual, de todo tenemos culpa).

Es necesario despertar del letargo espiritual, de la pretendida inocencia y de la autocomplacencia en la que se encuentra la mayoría de países de Europa, dónde se está constatando que no existe asimilación, ni integración, ni un mínimo de respeto al cumplimiento de las normas democráticas y de los derechos humanos. No podemos dejar que el terror nos imponga sus ideas extremistas, su intolerancia fanática y su odio visceral. No podemos dejar que estas madrigueras ocultas vayan carcomiendo las débiles raíces de nuestro estado de derecho, fundamentado en el estricto cumplimiento de las leyes y la democracia, y donde los derechos fundamentales rigen la vida social y pública de cada uno de sus ciudadanos.

Todo pueblo sin excepciones de ningún tipo, tiene derecho a mantener su propia idiosincracia cultural libre de interferencias ajenas, pero hay que tener en cuenta que el real cumplimiento de los Derechos Humanos debe ser algo universal y debe prevalecer siempre sobre cualquier singularidad cultural de cualquier tipo. A partir de esta base sólida e irrenunciable, el multiculturalismo, la pluralidad y la diversidad no hacen más que enriquecer nuestras sociedades.

No podemos obviar que los yihadistas del ataque terrorista de Las Ramblas de Barcelona hace recientemente un año, también incluían entre sus numerosas búsquedas en internet de sitios donde cometer un atentado masivo a las “discotecas gays en Sitges”, ya que agredir a la comunidad LGBTI+ lo consideran un atentado directo al corazón arcoíris de Occidente, o más bien a lo que más odian de Occidente.

Los miembros de la población LGBTI+ estamos siendo usados como blanco propiciatorio de los yihadistas y los fundamentalistas para atacar lo que ellos creen que es una de las mayores degeneraciones de la sociedad occidental: no sólo la homosexualidad considerado como uno de los mayores pecados a su distorsionado entender, sino que nos ven -y con razón- como los protagonistas de la ruptura total de los roles de género en los que se basa su sociedad tradicional.

La población LGBTI+ no es sino una más de las muestras de las conquistas de nuestra sociedad moderna y actual: el respeto a la diversidad y a la dignidad de la persona, dónde la aceptación de las diferencias hace de crisol para enriquecer la sociedad y elevarla a mayores cotas de desarrollo social. Somos tanto los LGBTI+ como las mujeres, quienes estamos revolucionando los usos y costumbres sobre los roles de género, empujando a la sociedad actual hasta una dimensión desconocida futura, que poco tendrá que ver con la actual y mucho menos con la tradicional que ciertas minorías fundamentalistas se empeñan en proteger, aún a costa de atacar y no respetar la pluralidad, la igualdad y la justicia, sino de imponer su ideario único (y retrógrado).

La diversidad sexogenérica no puede seguir siendo usada como arma arrojadiza entre los fundamentalistas religiosos de cualquier creencia religiosa que esté anclada en un modelo único y caduco de sociedad, donde no se permita la libertad de expresión o crítica, la libertad de culto o la libertad de no creer, o simplemente la libertad de uno mismo de ser lo que quiera ser.

Los estados deben tener mayor control sobre la ideología que se imparte en los centros religiosos, para que la democracia y los derechos humanos impregnen sus prédicas y enseñanzas. Por ello tanto imanes como clérigos deberían aprobar un curso básico de democracia y derechos humanos, antes de lanzar diatribas y mensajes de odio y discriminación desde púlpitos y mimbares.

De igual forma, la consecución de residencia o ciudadanía debería basarse no sólo en el conocimiento de nuestros valores universales de democracia y de respeto las diferencias, así como de aceptación de una concepción universalista de los derechos humanos que no tiene excepciones ni de adaptación a tradiciones, costumbres, civilizaciones o religiones….de ningún tipo.

Quiero terminar conminando a los fundamentalistas, y a aquellos que los apoyan y a los que los justifican, a que no nos rendiremos, y que seguiremos día a día insuflando el corazón arcoirís de una sociedad que avanza sin mirar atrás. Ya hemos sufrido profusamente a lo largo de la historia y derramado mucha sangre, y aún hoy en día somos víctimas propiciatorias en muchos lugares de la tierra. Vida a vida, agresión a agresión, insulto a insulto, corazón a corazón, cada latido nos hace más fuerte. Vuestro odio es nuestra fuerza. Venceremos. Gracias.

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