por MARCOS CARRASCAL
“Movimiento artístico y cultural de fines del siglo XX, caracterizado por su oposición al racionalismo y por su culto predominante de las formas, el individualismo y la falta de compromiso social”. Esta frase es con la que define la RAE el término “posmodernidad”.
Sin este movimiento —como lo denomina la RAE—, no podríamos entender las postreras novedades de estas últimas décadas. Un veterano comunista cuya edad supera los ochenta años me confesaba: “nunca podremos ganar nada; no porque los intereses de clase se hayan modificado, sino porque hemos cambiado de Edad”. Independientemente de si los intereses de clase se han modificado, el anciano apuntaba en la dirección correcta: estamos en una Edad distinta. La Edad Contemporánea, que nació con la revolución francesa de 1789, murió algún día de los años ochenta. El mejor argumento para esta tesis somos los “millennials”. Mi generación es asaz diferente en grandes rasgos con las que nos han precedido; y el secreto está en que somos hijos de otra Edad. La filosofía imperante en esta nueva Edad es la “posmodernidad”.
La semana pasada, Bon Dylan, reconocido músico, se hacía con el Premio Nobel de Literatura. Enhorabuena, Robert Allen Zimmerman. Desde el trece de octubre, no me extrañará que los Premios Grammy se los entreguen a un mudo incapaz de tocar instrumento musical alguno. (¿Qué melodía hay más apetecible, perfecta y placentera que la que nos regala el silencio?). No se preocupen. Es otra Edad; es la ruptura con lo anterior, con la modernidad.
Pero la posmodernidad nos ha conquistado a todos. Un caballero que no ha leído la “Náusea” ni ninguna obra del inmortal Sartre —que rechazó el Nobel, por cierto— musita: “¡Ya no hay autores como Sartre!”. También ha ocupado el terreno político. ¿No son Podemos y Ciudadanos ejemplos de la posmodernidad? Los morados criticaron duramente la mochila con la que cargaban los “pitufos gruñones” de IU, fieles a su historia. Sin embargo, la posmodernidad también se ha logrado inocular en la mayoría social. Todo es un reallity show: las redes sociales informan a los usuarios de la cena ingerida, de las fiestas a las que se va a ir, de lo que se quiere o no se quiere a su pareja…, sin conato de aflicción. Es tan precioso, que es tan falso… Los medios de comunicación establecen el arbitrio de los sucesos de nuestro mundo, clasificándolos a tenor del grado de “importancia” o desterrándolos al olvido, según sus propios parámetros. O cómo olvidar las contradicciones que vertebran nuestro modus vivendi: la conciencia de la problemática medioambiental se desintegra en la compulsión consumista. Asimismo, no podemos olvidarnos de la furtividad de nuestros principios y referentes, válidos hasta que arribe en nuestras vidas otra novedad.
En el fondo, la Academia Sueca ha avivado el debate de la posmodernidad. La pregunta no es si Dylan es merecedor del galardón de Benavente, de Mann, de Faulkner, de Camus, de Neruda, de Becket, de García Márquez, de Cela, de Octavio Paz, de Vargas Llosa, del recientemente muerto Darío Fo… No. El músico es merecedor, tanto en cuanto la Academia así lo dispone. Asimismo, los herederos de Alfred Nobel han pellizcado al orbe, que vivía en los delirios del pasado, para devolverlos al presente. Posmodernidad o qué. En vez de enfadarnos y acusar de iletrados al jurado, es el momento de plantar batalla y crear nuevas travesías para la Literatura, como harían los vanguardistas hace un siglo.