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Espadaña

Gacetín Madrid

por Marcos Carrascal

Érase una vez un reino ubicado en la Península Ibérica. Se llamaba España. Corría el siglo XXI por sus calendarios, aunque no pareciera que en tal centuria se desarrollase nuestra historia.

Dicen que hubo un político que criticaba que los dirigentes del país gobernaran a golpe de decreto; y, cuando llegó a presidente del gobierno, sumó en ocho meses veinticinco decretos. Dicen que este caballero apoyó sus iniciativas para hacer un país mejor en quienes querían desgajar el país. También dicen que este señor quiso ser un pájaro, y por eso mutó en Ícaro, que surcaba los cielos hasta para ir a una boda o a un concierto.

Escriben que en este siglo hubo un clamor que se echó a la calle en forma de miles de almas. Escriben que el optimismo irradió en cada rincón del país, y la frase de “¡Que vivan las cadenas!” —esa frase que recibió a Fernando VII— que tanto ruborizó a ese país estuvo al borde de la desaparición. Escriben, sin embargo, que los tribunos de la plebe encargados de trocar el clamor en victorias devolvieron desilusión y luchas fratricidas a cuantos habían depositado en ellos sus esperanzas. Escriben que el cambio se tornó en recambio.

Cuentan las lenguas viperinas que el presidente del gobierno/Ícaro propuso, espoloneado por los tribunos de la plebe, subir el salario mínimo interprofesional a 900 euros. Cuentan que eruditos a la violeta —con salarios que quintuplicaban el salario de los que menos cobraban— denunciaban esta subida por descomunal. Y cuentan que muchos de esos que ganaban menos de 900 euros al mes y que tenían cargas familiares acogieron estos axiomas como propios, y advertían en esta medida el peligroso avance del comunismo.

Relatan los más ancianos del lugar que los zombis salieron de sus silentes sepulcros. Relatan que estos zombis agitaron las banderas que segaron la vida de más medio millón de españoles ochenta años atrás. Relatan que estos zombis se aprovecharon de la indignación, del patriotismo, de la sensación de traición y de orfandad y del deseo de cambio que muchos albergaban en sus entrañas. Relatan que nació una pugna para competir por quién era más zombi entre los tres partidos del ala diestro, y muchos éxitos sociales que otrora enorgullecían a este país corrieron el peligro de desaparecer. Relatan que nunca se comprendió la ignominia que significa ser el segundo país del mundo con más víctimas sin identificar, por detrás de Camboya.

Narran que ese país era un crisol de pueblos, un mosaico de culturas. Narran que, en uno de estos pueblos que lo componían, la desesperación parió la idea de que, sin el lastre de los otros pueblos, avanzarían mejor. Narran que hubo dirigentes de este pueblo que trataron de obedecer a la mitad de sus paisanos e ignorar a la otra mitad. Narran que desde la capital del Estado se negaron a escuchar y comprender el porqué de este súbito cambio. Narran que desde la capital del Estado se detuvo a los líderes que habían intentado quebrar el país, sin mediar palabra. Narran que se tensó la cuerda, y a estos líderes les sucedió otro que teñía sus tuits de xenofobia. Narran que se tensó la cuerda, y el diálogo fue cediendo a la imposición, al grito de “a por ellos”, bajo la idea de “españolizar a los alumnos catalanes”.

Se rumorea que los hospitales públicos fueron despojados, los colegios públicos se transformaron en barracones, los tribunales de justicia se poblaron de columnas de papeles a riesgo de prender, los servicios sociales se evaporaron… Se rumorea que las conquistas del pasado fueron expoliadas. Se rumorea que el estado del bienestar se convirtió en una palabra hueca. Se rumorea que los teatros y cines se vaciaron; al fin y al cabo, se rumorea que alimentaba más los corazones que los bolsillos. Se rumorea que no había dinero, pero sí lo había para la Operación Castor o para el rescate de la banca gestionada por políticos sin escrúpulos.

Comentan que en seis años —de 2013 a 2018— 975 mujeres fueron asesinadas por ser mujeres. Comentan que en algunos casos por haber querido volar y ser libres, en otros por haber confiado en un lobo con piel de cordero y hubo casos en los que solo se las asesinó por existir. Comentan que hubo quien puso en tela de juicio esta cifra. Comentan que hubo quien quiso ver en esta realidad una situación de discriminación que perjudicaba a los hombres.

Detallan las crónicas que, por aquellos entonces, los ciudadanos eran considerados menores de edad. Detallan que había un rey, con su reina, sus princesas y su castillo, que, merced a ser hijo del heredero del dictador, era el jefe del Estado. Detallan que había una princesa llamada a ser la reina del país por designio de su ADN. Detallan que entre el común de las gentes no pudo nacer el jefe del Estado, y se impidió que este cargo pudiera ser encomendado a una u otro por la ciudadanía.

Se refiere la Historia a este siglo como el de la Modernidad. Se refiere a un siglo en el que, pese a todo lo anterior, se construyó una máquina de contaminación y de asfalto. Se refiere a un siglo en el que se abandonaron los campos y a sus trabajadores. Se refiere a un siglo en el que los agros se desertizaron y los pueblitos se desangraron. Se refiere a un siglo en el que Ceres murió. Se refiere a un siglo en el que el manzano o el almendro fueron sustituidos por el hamburguezano o el pizzo —dícese de dos tipos de árboles cuyos frutos son, respectivamente, la hamburguesa y la pizza—. Se refiere a un siglo en el que no se supo leer la poesía bucólica, y Virgilio, Garcilaso de la Vega y varios capítulos de “El Quijote” fueron censurados por la moderna estulticia.

Ésta es mi patria; y justo porque soy patriota, sin necesidad de manifestarme envuelto en banderitas roja y gualdas, escribo esto. Porque mi patria no se merece esta radiografía que, por desgracia, es tan real.

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