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Carpe Diem

Gacetín Madrid

por MARCOS CARRASCAL

El pasado viernes, ya instalados en el sosiego del curso, volvió a convertirse en un viernes normal. Las salas de fiesta se llenan; y un futuro físico con alma de teólogo, una ingeniera en potencia con alma de filósofa y un futurible jurista con alma de literato nos reunimos. Intentamos solucionar un mundo que se cae en pedazos desde nuestros antros de barrio. Sin embargo, las soluciones pasan por examinar la realidad.

La angustia lacera nuestro cuerpo al descubrir que un artículo de un periódico reputado de este país profetiza que, en unos años, un 40% de los trabajadores se verán despojados de sus derechos más elementales. La herida se refuerza cuando elevamos nuestros ojos al cielo, e intentamos, en vano, comprender la inmensidad del universo. El arma atraviesa nuestro tejido musculoso cuando la incertidumbre nos ahoga. La sangre germina a borbotones acto seguido preguntamos si nuestra vida es eficiente. Los llantos resurgen tras echar una mirada a tu alrededor. No es ni política, ni filosofía, ni ciencias, ni “ralladas”; es la vida.

Las calles se llenan de gente. El otoño mitiga el poder diurno; y la noche está al caer. Nos resguardamos en una casa: la de la confianza y el cariño. Después de acomodarnos, continuamos con nuestra rebelión. Revelamos los pesares y las contusiones que percibimos. Y el tiempo pasa; los segundos se consumen, aflorando unos minutos que se desintegran, y manan unas horas que se desvanecen.

Los acordes del cansancio nos recuerdan que la rebelión ya ha terminado, sin nacer. El viernes que viene iniciaremos otra; y quién sabe si ésta culminará allende de las fronteras del barrio de Arganzuela. Ahora nos queda luchar en nuestros mundos oníricos; y al día siguiente, habremos de someternos a lo que nunca nos gustó.

Pero mientras estoy con ellos, en mi ágora, todo cobra sentido. Nos echamos al monte para huir por la ladera. ¿Y qué más da si la verdadera rebelión está en disfrutar de mi gente? Mi amistad es el carpe diem, la fruición pese a la adversidad. La felicidad es un parque por la noche, una plazuela del siglo XVI en el centro, una “litro” y mi refresco, un poema urbano o un simple paseo. Porque la vida es eso: lo que queramos disfrutar. Lo demás lo lograremos cambiar, sin olvidar nuestras honestas inquietudes. De momento, abrigadme cuando empiece el invierno.

Sostiene mi padre, que fraguó gran parte de mi fuero interno, que hay que ocuparse y no preocuparse. Pues ya sabéis, amigos: tenemos que ocuparnos de nuestra rebelión, empezando por nuestros corazones.

Por cierto, seriéfilo escéptico, querido Sancho de las batallas; querida compañera de abordajes de piratas y de bibliotecas; y querida húngara guerrera, condenada al ostracismo: os echamos de menos. Y también al maestro de luengas barbas que nos engastó estos principios.

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